El otro Partido. Valencia-Sevilla.

Cuando alienación no es errata

  • Mestalla agradeció la propensión de Emery a despersonalizar a su equipo con experimentos forzados por la inminencia de una cita clave.

Suele ocurrir que cuando Unai Emery se pone extravagante delante de la pizarra, la e de "alineación" salta a una posición más adelantada, mientras se repliega la ambición del Sevilla. Y nos quedamos con un vocablo tan pernicioso en el deporte como en la vida: "Alienación". La pérdida de la personalidad, de la identidad. Como Bartleby el escribiente.

Esa pose extravagante y antinatural le sobreviene al buen entrenador vasco cuando se trata de preparar un partido en función del siguiente, lo que viene siendo una norma, en sus últimas tres temporadas en Nervión, desde enero a mayo. Esto es, cuando hay que alternar la Liga con la Copa y, sobre todo, con la Liga Europa.

Lo de Mestalla fue una reincidencia en toda regla. Que rima con indecencia. Y con indolencia. Indecente e indolente fue la actitud del equipo rojo ante un enemigo muy íntimo. Un enemigo cuyo odio hacia el Sevilla, cierto es, frisa lo enfermizo desde aquel 1 de mayo de 2014. El del cabezazo de Mbia. La pasada campaña, los levantinos se creyeron cobrar la factura con ese gol de Paco Alcácer en Almería, que privaba a los sevillistas de la cuarta plaza final de la Liga. Aunque el bloque de Emery la pagó encantado. Unos días después recuperó el dinero, y con pingües ganancias, en Varsovia.

La pretendida venganza del valencianismo por privar al sevillismo de esa plaza de Champions tuvo un efecto boomerang con ese desenlace de la final de la pasada Liga Europa. El Sevilla, con su victoria, se libraba incluso de esa peligrosísima eliminatoria previa, que sí debía salvar el Valencia, e iba directamente al bombo de la fase de grupos. Lo del Coyote y Correcaminos. La factura ché seguía pendiente. El odio seguía latente. Y por si a ese fuego le hacía falta pólvora, las urgencias de la clasificación.

Era un partido, pues, para atarse los machos y salir dispuesto a jugar con el estado de ansiedad del apurado enemigo. Jugar con cabeza... sin rebajar un ápice de la intensidad en la pelea.

Pero el primero que atemperó la animosidad sevillista fue el propio Unai Emery con su alineación. Su alienación. Un 4-4-2 con Juan Muñoz y Llorente arriba, con Cristóforo abierto y vendido en la banda derecha, como vendido quedó Krychowiak en el eje. El mensaje subliminal de su extravagante once, ese "vamos a ver si suena la flauta hoy sin efectos colaterales para el jueves", bloqueó a un equipo desposeído de su esencia y que se dejó llevar por el desbocado caudal naranja.

La tibieza sevillista se reflejó, entre otras muchas acciones, en las dos que acabaron en sendos goles en contra. En la falta directa de Parejo, al no saltar apenas la barrera para obstaculizar su lanzamiento a puerta; en la falta indirecta del propio Parejo que acabó en el 2-1, al descuidar que el centrocampista colocaba el balón en el punto donde a él le convino, que no fue donde Rami cometió su imprudencia. Esa falta de oficio es una constante en un equipo que dirige un rey de los pequeños detalles, como es Emery. Messi también colocó el balón donde quiso en esa falta que gestó la remontada en el último partido en el Camp Nou (2-1).

Lo que ayer hizo Emery no fue más que un capítulo más de sus alineaciones alienantes. La campaña pasada, tras el 2-1 ante el Zenit en la ida de cuartos de la Liga Europa, empató un Sevilla hueco en Granada (1-1). Y después de la ida de semifinales ante la Fiorentina (3-0), salió en Vigo otra versión desnaturalizada, con Figueiras, Arribas, Fernando Navarro, Iago Aspas. De nuevo empate a uno. Dos resbalones, los de Granada y Vigo, decisivos para que esa cuarta plaza se escapara. Luego, Varsovia devolvió la factura con creces. Un año después, Emery volverá a confiar en una devolución con intereses en Europa. Pero ojo: ahora se trata de la banca suiza.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios