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Malditas plumas | Crítica de danza

El cabaré y sus sueños truncados

Sol Picó en el espectáculo presentado anoche en el Teatro Lope de Vega, 'Malditas plumas'

Sol Picó en el espectáculo presentado anoche en el Teatro Lope de Vega, 'Malditas plumas' / Joan Carles

Hacía mucho tiempo que Sol Picó no venía por Sevilla, donde, como ella sabe, tiene una legión de admiradores, prendados de su energía y de su arte desde que visitó el Central con su emblemática pieza Bésame el cactus o se atrevió a bailar con una excavadora en el Recinto de la Cartuja.

Tras pasar por festivales como el Grec y Temporada Alta, y por muchos otros teatros españoles, llegó anoche al Lope de Vega con su último espectáculo, Malditas plumas. Una pieza muy teatral donde el texto tiene un peso mayor incluso que la danza y la coreografía. Un homenaje al mundo del cabaré y a las muchas artistas que han quedado en el olvido, especialmente aquellas que, durante muchos años, dieron vida y color al Paralelo barcelonés.

Con la colaboración de Cristina Morales y la mirada de Carme Portaceli, entre otros, la bailarina habita un extraño cabaré en el que, bien acompañada por el músico y cantante Miquel Marirach, va mezclando los recuerdos de juventud de una vedette, el aroma de los teatros de variedades donde se reunía la clase obrera, con sus números de magia, su chabacanería y su crítica social y la añoranza de unas artistas que ven pasar los años, y con ellos su deterioro físico, sin haber alcanzado sus sueños de gloria.

Pasando de La muerte del cisneLa bien pagá y La bohème, de Escarlata O’Hara a Marlene Dietrich, Malditas plumas emprende muchos caminos, algunos con gran brillantez, pero, uno tras otro, todos se van truncando para pasar a otra cosa sin darnos el gusto de verlos desarrollarse.

Así en la escena típica del cabaré, con una Picó coronada de plumas, calzada con puntas (siempre estupendas, en recuerdo de la danza clásica que la lanzó a los escenarios) y aupada por un grupo de jóvenes, más colegialas disfrazadas que coristas, la verdad; o el número más íntimo de la madurez de la artista –con una Picó nada decrépita-, o el del estriptis, también truncado, pero esta vez por su compañero de escenario… 

Sin poner en duda la valía de sus protagonistas, Malditas plumas nos deja buenos momentos hilvanados en un discurso algo deslavazado, pero si algo tenemos claro es que a Sol Picó, con el Nacional de Danza y otros muchos premios en su haber, no le da miedo cumplir años ni experimentar distintos registros porque, como ella misma dice, “es difícil de tumbar”.

 

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