En el nombre de la Tierra | Crítica

La pintura contra el cine

Una imagen del filme que representará a Polonia en los Oscar 2024.

Una imagen del filme que representará a Polonia en los Oscar 2024.

Si en Loving Vincent, que circuló hace unos años con cierto éxito de culto, la particular técnica animada que recreaba los trazos, modos y colores de la propia pintura de Van Gogh estaba hasta cierto punto justificada por el protagonismo del artista universal y su universo, en esta En el nombre de la Tierra el revestimiento pictórico sobre imágenes reales previamente filmadas no sólo parece ya un capricho esteticista que busca explotar el mismo filón arty sino que llega incluso a generar un bastardo y molesto resultado que no beneficia, más bien todo lo contrario, a las maneras de folletín melodramático ambientado en la Polonia rural de finales del XIX que lo sustenta a partir de la novela de W.S. Reymont.

No cabe duda de que DK Welchman ha hecho un minucioso trabajo de búsqueda de referencias en el catálogo pictórico de ambientación y temática agrícola de la época, tampoco de que sus animadores se han esforzado en el propósito de pintar y animar cada plano de manera minuciosa. El problema es que En nombre de la Tierra no termina de ser un filme de animación con sus correspondientes licencias poéticas y sí un convencional melodrama histórico sobre el patriarcado católico opresor, la lucha de clases o la violencia masculina desatada en un ambiente casi barbárico donde la figura de una mujer libre y rebelde vuelve a servirse en bandeja como objeto sacrificial con el que lanzar y gritar mensajes a las conciencias del presente y a los Oscar de Hollywood.