OBITUARIO

Muere Terence Davies: el final de un largo, largo día

El director británico Terence Davies, en el Festival de San Sebastián de 2011. Abajo, Tom Hiddleston y Rachel Weisz en ‘The deep blue sea’.

El director británico Terence Davies, en el Festival de San Sebastián de 2011. Abajo, Tom Hiddleston y Rachel Weisz en ‘The deep blue sea’. / javier etxezarreta / efe

Descubrí a Terence Davies de forma tan casual como poco apropiada. Una noche ya lejana, tarde, todos acostados, la casa en silencio, me encontré con El largo día acaba (1992), emitida por TVE. Creo recordar que sin proponérmelo, zapeando, di con ella justo cuando empezaba. El formato televisivo era el menos apropiado. El momento, en cambio, perfecto en su silenciosa y oscura calma. No había visto, no recuerdo por qué, Voces distantes (1988), su primer largometraje. Y mucho menos la Terence Davies Trilogy que unía los tres cortometrajes –Niño, Madonna con niño y Muerte y transfiguración con los que se inició en el cine entre 1976 y 1983, tardíamente distribuida en España. Desde su portentoso inicio me hipnotizó. Blanco y negro. La cámara avanza por la calle en demolición de un barrio obrero. Llueve. Suena la fantasmal y evocadora versión de Stardust de Nat King Cole. La cámara gira hacia la puerta de una de las casas en demolición, entra en ella, se ve la escalera, suenan el gong de la Rank y la fanfarria de la Fox, se pasa al color, hay un niño sentado en la escalera que ya no es una ruina, la voz de la madre le llama...

A partir de ahí tuve la suerte, tan rara, de ver una esas pocas películas que nos meten en ella a la vez que se nos meten dentro, casi un poltergeist en el que la pantalla me absorbió para llevarme al mundo de dolor y de amor, de tragedia y delicadeza, de realismo social y poesía intimista de Terence Davies. No había estructura narrativa más allá de la recreación de los girones de una infancia desdichada y oscura a la vez que deslumbrada por la belleza de la música y del cine e iluminada por el amor y la ternura de la madre. El Liverpool de los duros años de posguerra en un barrio obrero en el que el pequeño protagonista -tanto la Terence Davies Trilogy como de Voces distantes y El largo día acaba son autobiográficas- sufre la soledad y el dolor de un niño católico, homosexual y sensible en un entorno protestante y homófobo bajo la autoridad de un padre brutal con la sola protección de una madre comprensiva y maltratada, de su imaginación y de las canciones y las películas. En un travelling cenital ininterrumpido Terence Davies nos llevará del patio de su casa a la iglesia durante la misa, un cine abarrotado y la clase de su colegio. Sonarán mezcladas en la película, entre otras muchas músicas aparentemente dispares, la décima sinfonía de Mahler, Tammy de Debbie Reynolds, el quinteto de Boccherini, At Sundown de Doris Day, Blow the Wind Southerly de Kathleen Ferrier, el vals de Carrousel de Rodgers, My Foolish Heart de Victor Young o The Long Day Closes de Arthur Sulllivan, que le da título y la cierra.

Cuando acabó estaba en unos de esos trances que muy de tarde en tarde el cine provoca. Como cuando vi por primera vez Fellini ocho y medio, Mamma Roma, El silencio de un hombre, Petulia, 2001 una odisea del espacio o Cuentos de Tokio. Porque hay películas entretenidas y amables que dan encanto y consuelo, películas extraordinarias y espectaculares que deslumbran y películas, pocas, en las que se alcanza lo que David Grossman, refiriéndose a la experiencia de la literatura, definió como "una sensación especial de exaltación anímica, el raro momento de alcanzar un secreto humano preciado, una profunda experiencia existencial".

Ángel Fernández Santos vio El largo día acaba en su presentación en Cannes en mayo de 1992. "El cineasta británico Terence Davies -escribió en su crónica para El País-, que saltó a la celebridad hace tres años con Voces distantes, cierra en The long day closes un complicado, doloroso, conmovedor, progresivamente más bello y estilísticamente cada vez más refinado, ciclo de cuatro películas autobiográficas. El filme es un ascético poema visual introspectivo, y tiene tanta capacidad de captura que creó ayer uno de esos silencios audibles que raras veces se producen en una sala de cine, como si la gente no respirara". Como a veces la vida parece un guión bien escrito en el que casualidades y causalidades se trenzan dotando de un secreto sentido a los hechos, en esa misma crónica desde Cannes, Fernández Santos continuaba escribiendo: "Mientras tanto, fuera ya de las pantallas, el filme español El sol del membrillo confirma su energía polémica y la radicalidad de la aventura estética y ética…". ¿Casualidad o causalidad? Siempre he considerado a Davies el Erice del cine inglés y no es de extrañar que al guionista de El espíritu de la colmena y El sur le conmoviera su obra.  

Desde aquella noche he seguido toda la obra de Terence Davies, considerándolo el más grande de los directores ingleses coetáneos. Siguieron a El largo día acaba grandes o muy buenas películas –sobre todo La Biblia de neón (1995), La casa de la alegría (2000), The Deep Blue Sea (2001) e Historia de una pasión (2016)- además de la evocación poético-documental de su Liverpool natal Of Time and the City (2008), que debe unirse a su trilogía y su díptico de la memoria por los que pasará a la historia del cine como uno de los más grandes, personales y originales creadores, uno de los pocos que descubrió una nueva forma de narrar ensanchando los límites expresivos y narrativos de este arte.

En la hora de su muerte, con 77 años, suene para él la canción, casi una plegaria, The Long Day Closes, que da título a su obra maestra y la cierra: In my arms all your worries will fade away / At the close of a long, long day (En mis brazos todas tus preocupaciones se desvanecerán / Al final de un largo, largo día). Ojalá haya sido así.

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