Crítica de cine | 'Benediction'

Obra maestra en fragmentos

Un fotograma de Benediction.

Un fotograma de Benediction.

Creo que el genial director Terence Davies -el más importante, por más personal y creativo, director inglés en activo, de destilada y escueta filmografía: solo tres mediometrajes y nueve largometrajes en 46 años- se equivocó al abandonar su cine poético y autobiográfico, desvinculado de ataduras narrativas convencionales, para dedicar el resto de su carrera (salvo en Del tiempo y la ciudad) a muy personales adaptaciones de obras literarias o biografías de escritores, obligándose en mayor o menor medida a la linealidad narrativa.

Poderoso creador de poemas visuales capaz de hacer un travelling cenital en el que la cámara vuela sin transiciones sobre un niño columpiándose, un cine durante la proyección de una película, una iglesia durante la celebración de una misa y un colegio durante la impartición de una clase, todo mientras suena Tammy cantada por Debbie Reynolds (El largo día acaba), Davies quizás debió darse a sí mismo la libertad creativa absoluta que se dieron los tan diferentes entre sí Buñuel, Fellini, Godard o Tarkovski, y hoy se da Malick, creadores de imágenes que revientan las costuras de una linealidad narrativa y un realismo incapaces de contener sus mundos.

Libre de estas ataduras creó el gran proyecto autobiográfico formado por los mediometrajes Niño, Madonna y niño y Muerte y transfiguración rodados entre 1976 y 1983 -posteriormente agrupados en The Terence Davies Trilogy- y los largometrajes Voces distantes (1988) y El largo día acaba (1992), obra maestra que culmina esta etapa. Posteriormente añadirá su documental, o más bien ensayo poético, sobre Liverpool, su amada y odiada ciudad natal, Del tiempo y la ciudad (2008). Tras ello se dedicó a filmar obras literarias o teatrales de prestigio (La biblia de neón de John Kennedy Toole, La casa de la alegría de Edith Warton, The Deep Blue Sea de Terence Rattigan, Sunset Song de Lewis Grassic Gibbon) y vidas de escritores (Emily Dickinson en Historia de una pasión y Siegfried Sassoon en Benediction). Son muy buenas películas: creativas, elegantes, emocionales, profundas… Pero ninguna alcanza su libérrimo ciclo autobiográfico; salvo en los momentos en los que se deja volar más allá del realismo para crear puras imágenes capaces de visualizar emociones o ideas: la tristeza anegando la habitación en The Deep Blue Sea, la representación del paso del tiempo a través de unas fotografías o el reto imposible de visualizar la soledad y el silencio en Historia de una pasión.

Si para su anterior biografía literaria escogió la difícilmente filmable vida reservada y enclaustrada de Emily Dickinson, lo que le permitió filmar el claro silencio en el que vivió reduciendo las acciones al mínimo, en esta ocasión se enfrenta a lo contrario: la larga y contradictoria vida del poeta y novelista inglés Siegfried Sassoon (1886-1967), suma de contradicciones entre la cruda denuncia de los horrores de la guerra y un valor casi suicida en el frente, el antibelicismo que a punto estuvo de llevarlo ante un tribunal militar y la concesión de la Cruz Militar por su heroísmo, brillante vida social y reclusión en su mansión rural de Wiltshire, descreimiento y conversión al catolicismo, homosexualidad más o menos asumida y un matrimonio no solo de conveniencia o tapadera. Basándose en las contradicciones que desgarraron al escritor, Davies filma con una formidable potencia visual momentos en los que el conflicto entre la vida y la poesía, lo ensoñado y lo vivido, el horror y la belleza, lo deseado y lo temido, lo conquistado y lo perdido hicieron a Sassoon tal como fue y a la vez deshicieron al que quiso ser. En estos momentos la película vuela impulsada por este genial maestro de la utilización de la voz off (excepcional su uso sobre imágenes reales de la Primera Guerra Mundial) y de la música (complejo catálogo significativo, no decorativo, que va de Stravinski, Walton y Vaughan Williams a Novello, Gershwin o Youmans), de las elipsis que cabalgan sobre el tiempo a veces solo en un movimiento de cámara, de la revelación de lo esencial a través de miradas o gestos mínimos recogidos en largos planos que convierten el rostro en un paisaje dramático (gran trabajo de Jack Lowden y Peter Capaldi interpretando las dos edades del protagonista). En ellos, también, el biógrafo se funde con el biografiado (Davies, el niño pobre de Liverpool, y Sassoon, el elegante hijo de una acaudalada familia, comparten conflictos relacionados con la sexualidad, las heridas de una sensibilidad en carne viva, la religión, la creación como redención y ajuste de cuentas con el pasado y el reconocimiento ‘oficial’ de su talento) alcanzando la película extraordinarios momentos de lirismo y verdad humana. Con estas cumbres conviven, en su larguísimo metraje, planicies narrativas más convencionales que, aun siendo siempre elegantes y estando muy bien filmadas, hacen decaer el vuelo poético incurriendo en afectaciones propias del cine elegante a lo Ivory o de serie británica de culto con un toque de cinismo high class. Afortunadamente cada vez que esto sucede retoma el vuelo hasta culminar en su conmovedor final. Fragmentos de una obra maestra flotando en un metraje excesivo, cumbres de poesía entre llanuras de prosa. 

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