Obituario

Carlos Pumares: ceniza de estrellas

Carlos Pumares (1943-2023).

Carlos Pumares (1943-2023).

Aún tengo por costumbre hablar de él en mis clases de Crítica, también de Alfonso Sánchez, José Luis Guarner, Jaume Figueras, Antonio Gasset o Carlos Boyero, que se queda más solo si cabe ante el peligro. Por supuesto, los alumnos no han oído hablar de ninguno de ellos. Son, o eran, los últimos dinosaurios y rostros conocidos de la vieja guardia crítica española, especies en vías de extinción con los que, a pesar de los chistes, las parodias o las cruzadas de sus propios colegas, nos hemos acabado reconciliando en estos tiempos de alarmante precariedad profesional, ensimismamiento y paulatina degradación y desaparición del oficio, al menos tal y como lo conocíamos.

Carlos Pumares (Portugalete, 1943-2023, Madrid) representaba para muchos la figura del crítico-oráculo popular y mediático, ese que está por encima del bien y del mal o de la calidad y el valor real de las películas, capaz de hacer de su personaje algo más importante incluso que sus opiniones o sus textos, que por supuesto ya casi nadie recuerda. Su aparente saber enciclopédico en tiempos previos a Google,  Wikipedia, el DVD y el streaming, sus exabruptos y salidas de tono en plena madrugada, pero también sus inolvidables y entusiastas presentaciones y descripciones de películas, secuencias y bandas sonoras hicieron de él el crítico de cine más conocido de España en los 80 y 90, cuando la radio nocturna aún era un espacio de encuentro para cinéfilos, insomnes y solitarios con ganas de conversación o pelea después del Butano.

Nuestros colegas Matute y De la Huerga lo entrevistaron en profundidad para Jot Down y este mismo diario no hace demasiado. Pumares ya estaba de retirada, quejoso de que no lo invitaran a festivales para recorrer el mundo a gastos pagados, ese gran privilegio de la vida de crítico, y deseoso tal vez de mayor reconocimiento, aunque aún hacía gala de ese estilo faltón y malhablado que se convirtió en marca de la casa, quién sabe si desde los diablos del carácter y los complejos (bajito y con esa voz tan poco radiofónica) o desde la conciencia desahogada y pecuniaria del propio personaje público.

Vinculado al cine desde su juventud, Pumares pasó por la Escuela Oficial, ejerció de distribuidor ocasional de películas de arte y ensayo, de guionista en la sombra y de programador la mítica La Clave de Balbín, pero encontró la horma de su zapato en la época dorada de las radios privadas. Su programa Polvo de estrellas, en A3 Radio, suerte de consultorio cinéfilo que acabó escorado hacia los insultos cruzados, creó un formato donde su erudición (o sus fantasías) era puesta a prueba por una audiencia que ya apuntaba las maneras polarizadas de lo que hoy son las redes sociales y sus guerrillas diarias.

Desde allí, Pumares dejó clara su pasión por el cine clásico americano como canon (de obviedades), pero también abrazó sin pudor el cine de acción y mamporros o el soft-porno nacional tan caro a los hijos de la posguerra. Ganó dinero y popularidad, pero el cierre de la emisora puso fin a sus días de gloria. Sardá y la telebasura lo rescataron y devaluaron con su consentimiento, y el cine pasó a un segundo plano. Con todo, el personaje siguió escribiendo en prensa (La Razón), yendo a los Oscar y a los festivales, a sus festivales de siempre, despotricando contra sus directores o programadores, contra todo cine moderno o diferente y apareciendo en nuevas plataformas digitales ya casi exclusivamente para nostálgicos y frikis. Estaba en su salsa, pero se sabía en extinción. Nunca se bajó del burro ni hizo el menor intento por actualizarse. Aferrado a la nostalgia (cinéfila y de la profesión), a sus convicciones y a su estilo, Pumares forma ya parte de la historia de la radio, el periodismo y el cine de este país aunque algunos quieran negárselo o rebajárselo desde la caricatura.           

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