Cultura

Es preferible la ironía

  • El Centro Andaluz de Arte Contemporáneo presenta una muestra del artista cordobés, afincado en Sevilla, Rafael Agredano.

Prólogos. Rafael Agredano. Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Sevilla. Hasta el 13 de mayo.

Solía decir Manolo Vázquez Montalbán que algunas personas, teniendo razón en lo que dicen, la pierden porque se empeñan en hablar por la nariz. Así ocurre también en el arte. No tanto a los artistas (salvo los que, impenitentes, multiplican declaraciones a la prensa, con ocasión o sin ella) cuanto a los críticos que logramos oscurecer la obra de arte más transparente con extraños calificativos y expresiones pretenciosas. Sirva de antídoto para semejantes males la muestra de Rafael Agredano.

Agredano (Córdoba, 1955), desde sus primeras obras, se empeña en desterrar la seriedad del arte. Cuadro para colgar sobre una puerta es un lienzo con las medidas justas para encajar entre el techo y cualquiera de las puertas de un piso. En él sólo aparecen dos palabras: obra menor. La sorna no apunta sólo a quienes compran algo que quede bien en casa, sino también a los autores de la generación anterior que solían pintar sobre puertas industriales, las mismas que, fabricadas en serie, amueblan nuestros pisos.

La clave de trabajos como ése es la ironía que no busca ridiculizar o zaherir, sino simplemente relativizar. Nada es tan importante ni tan decisivo que no tenga limitaciones y las muestre. Así se advierte en sus Escenas pastorales del sur galante. Las fotos de las industrias químicas de Huelva no son sesgadas. Las podrían haber hecho quienes defienden esas instalaciones, ignorando su potencial contaminador. Cabría haberlas rodeado de cifras e informes que dieran cuenta de ese potencial. Agredano elige un camino más directo: sobrepone a esas imágenes un texto de Platero y yo, referido al paraje que ahora ocupan dichas fábricas.

La ironía señala un límite, el del industrialismo a cualquier precio, en este caso, y por eso abre un vacío, un espacio en el que es posible pensar: ¿era esa industria la mejor opción para Huelva? Otras obras exploran otros límites. Por ejemplo, si el burdel de la calle Aviñó en Barcelona y los rostros de esculturas arcaicas y máscaras primitivas agota cuanto se dice en Las señoritas de Avignon. Cabe sugerir otros mundos más silenciados aún que el del burdel. Por eso desplaza las figuras de Picasso hasta hacerlas travestis adeptos al sadomasoquismo. La incursión llega hasta sustituir las figuras de Tres mujeres por Tres marineros y cambiar el rostro de Gertrud Stein en el célebre retrato por el de su propio autor, Picasso. Un extenso trabajo que, bajo un cáustico humor, reflexiona sobre la identidad sexual.

L'esprit de l'escalier, el ingenio de la escalera, es una antigua expresión francesa. Con ella, Diderot apuntaba a la frase oportuna que debió usarse para rebatir un argumento pero que el orador no llegó a emplear porque sólo le vino a las mientes cuando, acabado el debate, baja la escalera de la tribuna. Más tarde, el belga Marcel Mariën lo sintetiza en la imagen de unos zapatos en una escalera. Es la idea de un acto fallido: lo que pudo decirse o hacerse, y en su lugar se dijo o se hizo otra cosa. Agredano lo aplica al kitsch de las sepulturas, del que no se libran Camarón, Paquirri, Manolete o Bambino. Tal vez hubiéramos preferido que su memoria hubiera quedado fijada en otros términos, pero también es cierto que la simbología elegida resulta cercana: más nuestra de lo que pretendemos al criticarla. De ahí el silencio: dudamos entre lo que rechazamos y lo que reconocemos. Las fotos de detalles de esos panteones son una suerte de doble ironía porque relativiza las imágenes (y por eso el autor las rodea de volutas de hierro forjado) y también el propio rechazo que decimos nos provocan.

Otras dos obras de la muestra se relacionan con la música. Ambas consisten en dibujos hechos sobre sendas partituras. Una de ellas es la de Erik Satie, La belle excentrique: los dibujos corresponden a la intención erótica de la obra y se recogen en un recinto reservado, pintado entero de rojo, un espacio red light. Diferente es la que el autor dedica a la obra de Albéniz, El Corpus en Sevilla: los dibujos abstractos niegan toda visibilidad anecdótica, mientras que la partitura que les sirve de soporte es una transcripción de la pieza al sistema Braille, es decir, para ciegos. Toda la imaginería del Corpus se desvanece en favor de la fantasía que sepa poner en juego el espectador.

La muestra se completa con un recorrido por las primeras obras del autor: dibujos y diseños para la revista Figura, que dirigió, y otras piezas en las que insiste en que al arte le falta humor y sensualidad, y le sobran grandes palabras. Un dibujo, Sanctus Pictor et Martyr, anticipa las fotos en las que el propio autor aparece vestido de clérigo y aureolado con lemas que evocan antiguas estampas devotas. Uno de ellos, Per elegantia ad Deum, resume con humor la muestra: cáustica e irónica, pero medida y exacta.

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