Juan Ruiz-Tagle

Con Juan pasabas el algodón y no encontrabas ni una mota de polvo de disgusto o de aburrimiento

Juan Ruiz-Tagle sembraba a su paso amistad y simpatía, sin que le obstaculizaran lo más mínimo las más amplias barreras generacionales. Todos le llamábamos Juanito. Ha muerto rozando los noventa años, con una alegría muy suya hasta el último momento, sin haber estado apenas enfermo, que no le pegaba nada. Todo el mundo le quería, pero aún más significativo es lo que nos alegrábamos de verle siempre. Esa es la auténtica prueba del algodón de la bonhomía. Con Juan pasabas el algodón y no encontrabas ni una mota de polvo de disgusto o de aburrimiento.

Su amistad era transversal. La abuela de mi mujer lo había tratado mucho de jóvenes, ella recién casada y él un soltero de oro al que presentarle a muchas amigas. Me lo contaba, para crear complicidad, porque sabía lo amigo que era de mis padres. Juanito hacía de puente incluso cuando no estaba. Cuando se casó con Elena Martínez del Cerro, más joven que él, Juan bajó de generación, porque ya se sabe que los hombres tenemos la edad de las mujeres que amamos. Elena no sólo era joven de edad, sino también de espíritu, así que volvió a rejuvenecer otro escalón.

Y todavía más. Como era un padre muy pendiente, vivía al tanto de los tiempos, de los estudios, de los amigos de sus hijos. Juan Pablo y Kiko son de mi edad, más o menos, tan queridos; y, encima, para darle otra voltereta a la división generacional, nació el jovencísimo Álvaro. Y luego enseguida empezaron a llegar los nietos, de los que Juan estaba profundamente orgulloso. No sé cómo hacía para hablarte tanto de los suyos a la vez que estaba completamente pendiente de lo de los demás.

Tiene que haber sido un gustazo tenerlo como abuelo. Mi mujer lo tuvo como tío segundo (aunque doble, porque Juan era Blázquez por parte de padre y de madre) y estaba siempre atentísimo. Celebraba, divertido, que yo, hijo de sus amigos y amigo de sus hijos, hubiese entrado en la familia. Fue un hombre acogedor, que pasó haciendo el bien, descubriendo siempre el mejor perfil de aquellos con los que se cruzaba.

Sus asuntos los habrá llevado muy bien, sin duda, y a Elena, a sus hijos y nueras, a sus nietos, les va a dejar un vacío inmenso. A los demás, su vacío ya se encargó él en vida de dejárnoslo lleno hasta los bordes del cálido recuerdo de su simpatía, de su elegancia, de su generosidad y de su mirada azul y divertida. Será imposible recordarle sin una oración (de gracias) y sin una sonrisa.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios