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La guerra del arbolito

Un escalofrío de pavor le entra a uno cuando evoca las jaimas, los tiovivos y dromedarios de la era peperil de Zoido

La culpa de la guerra del árbol la tuvo el consorte Alberto, esposo de la oronda reina Victoria de Inglaterra. Un día y como buen germano de cuna, mediado el XIX, decidió poner un árbol de Navidad en el Palacio de Buckingham. De las regias estancias el arbolito fue entrando en todos los hogares de Londres, ya fueran de lores, burgueses o menestrales. Dickens alumbrará su Cuento de Navidad (1842), ese “bien nacional” a decir de su coetáneo Thackeray.

La culpa, pues, la tuvo Albertito. El consorte no hizo sino honrar a San Bonifacio, evangelizador de Germania. El santo sustituyó el pagano árbol de la Vida y colocó en su lugar un pino de hoja perenne (símbolo del amor de Dios), lo adornó con manzanas (símbolo de las tentaciones) y le puso velas (símbolo de la luz de Jesús). De aquello tan remoto a hoy, el árbol es el icono decorativo de la Navidad y del consumo fraterno: se quitaron las manzanas para que pendieran obsequios y regalos.

Es tiempo de guerras analógicas (Nagorno-Karabaj, Ucrania, Gaza). En España tenemos la guerra a estacazos por la ideología y el relato cultural por todo (incluido el drama por la tortilla con o sin cebolla). Lo último en guerras patrias es la guerra por el árbol de Navidad. Vigo, Badalona, Granada y un pueblo de Cantabria, Cartes, se han picado por mostrar el árbol navideño de mayor altura. El lisérgico Abel Caballero, regidor de Vigo, dice que la Navidad empieza cuando lo decide él y no Mariah Carey (y no sólo en Vigo, sino en todo el planeta). El sheriff García-Albiol de Badalona dice que el suyo es el árbol más grande, frente al ejemplar del centro comercial Nevada, en las afueras de Granada, y el insólito árbol de los cántabros de Cartes. Sólo aprendemos a desaprender. En la pandemia los gurús a los que tanto leímos nos dijeron que todo iba a cambiar a la mesura y el equilibrio ético en nuestras vidas. La guerra del árbol ha desnudado aquella falacia.

El sábado se enciende en Sevilla el alumbrado navideño en casi 300 calles. El alcalde Sanz quiere convertirnos en la capital de la Navidad en España. Un escalofrío de pavor le entra a uno cuando evoca las jaimas, los tiovivos y dromedarios de fantasía de la era peperil de Zoido. Este año tendremosmapping en la zapata del río. De los puentes colgarán hiedras de luces. Y habrá árboles de Navidad en el centro histórico y por los nudos de la periferia. Sevilla no participa en la guerra del árbol. Pero sí va a presumir de capirotes y conos con luces led. Seguro que darán juego a ensoñaciones cofrades y creaciones multimedia a lo María Cañas. Hágase la luz para alegría de Mr. Scrooge.

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