El Palquillo

Las Postrimerías de Marchena

  • La localidad de la Campiña celebra al mediodía del Domingo de Ramos la Procesión de los Huesos, un ritual con el que se recuerda a quienes no pudieron recibir cristiana sepultura

Comenzamos la segunda edición de la serie Reliquias de la provincia en el mismo pueblo donde la iniciamos la pasada Cuaresma, en Marchena. Este municipio de la Campiña sevillana destaca por haber sabido conservar la idiosincrasia popular de su Semana Santa, con tradiciones y estéticas que se han preservado del influjo de la ciudad hispalense. En 2017 hicimos hincapié en el auto pasionista del Mandato, que se celebra la mañana del Viernes Santo en la Plaza Ducal y lo protagoniza la Hermandad de Jesús. En esta ocasión nos vamos a centrar en una procesión que se puede calificar de única. En ella no salen pasos, ni imágenes sagradas, ni nazarenos, sino restos humanos.

Sí, como lo leen. Es la conocida como Procesión de los Huesos, que se celebra al mediodía del Domingo de Ramos, una jornada marcada en el imaginario de los cofrades hispalenses por las procesiones de palmas y el protagonismo infantil. Un fuerte contraste en esta mañana con veladuras de otros siglos. Las Postrimerías de Valdés Leal se salen del cuadro en Marchena.

Para entender el origen de esta costumbre nada mejor que acudir a la propia capital, fuente de todas estas tradiciones que ha ido perdiendo con el tiempo. La Procesión de los Huesos de Marchena la organiza la Hermandad de la Santa Caridad, incorporada en 1674 a la que existe en Sevilla, cuando era hermano mayor el célebre Miguel de Mañara. Su principal misión, como nos comenta el hermano mayor de esta corporación, José Manuel Álvarez, es dar cristiana sepultura a los pobres que carecen de recursos para ello, una obligación que ya estaba implantada en el siglo XVI. En aquella centuria la capital andaluza presumía de ser la urbe más importante del mundo. Puerto y Puerta de Indias, donde la riqueza y la miseria se solapaban por las calles. Las leyes de aquel entonces impedían que quienes fallecían a las afueras de la ciudad fueran enterrados en las iglesias situadas dentro del perímetro que conformaban las murallas. Esta normativa regía en numerosas urbes, como Marchena, que contaba con una muralla de la cual aún quedan importantes restos. Los ajusticiados o asesinados extramuros también estaban privados de ser enterrados en suelo santificado.

La obra de caridad de estas hermandades se escenificaba llegada la Semana Santa. Así lo describe el historiador del Arte Sergio Raya en uno de los artículos publicados en su iniciativa empresarial Engranajes Culturales. El Viernes de Dolores los miembros de esta corporación -con traje de gala y a caballo- acudían a las fosas situadas a las afueras con la intención de recoger los restos de quienes habían conocido en ellas el final de sus días. Cajas y féretros se trasladaban a la iglesia de San Jorge, en el Arenal. Allí permanecían, sobre un túmulo negro, hasta el Domingo de Ramos. En esta jornada se organizaba una de las procesiones más solemnes con las que contaba la ciudad. En ella, además de los miembros de la Santa Caridad (desde niños a adultos), participaba la institución eclesiástica. Partía del mencionado templo y llegaba hasta el Colegio de San Miguel (actual Plaza del Cabildo), donde se sepultaban los restos.

La tradición se mantuvo en Sevilla, con diversos cambios, hasta finales del siglo XIX, época en la que la Semana Santa conoce un resurgir gracias a la ayuda de los Montpensier y, especialmente, por su proyección como fiesta turística. Sin embargo, en Marchena se conserva prácticamente igual a como se concibió en el Siglo de Oro.

La Hermandad de la Santa Caridad convoca a los hermanos a las 12:45 del Domingo de Ramos en la Capilla de la Milagrosa, que pertenecía al antiguo Hospital de San Jerónimo. Una vez allí, se procede al juramento de nuevos miembros, se celebra la Protestación de Fe y el capellán reza la Letanía de los Santos y las oraciones preliminares de difuntos. A las 13:30 se inicia la procesión, en la que participan más de un centenar de hermanos con traje oscuro, corbata negra, brazalete corporativo y cirio azul.

El cortejo lo abre una cruz alzada con manguilla escoltada por dos faroles. En el primer tramo se sitúa el muñidor, que con una esquila -a semejanza del de la Sagrada Mortaja de Sevilla- anuncia a los marcheneros el entierro. Cierra las filas de hermanos la seña de la hermandad (estandarte corporativo). Detrás se sitúa la capilla musical, que precede al féretro barroco del siglo XVIII, cubierto con un rico paño bordado y llevado a hombros por cuatro miembros que acaban de jurar las reglas. El ataúd contiene los huesos que desde antaño se portan en esta procesión como símbolo de quienes no han podido recibir cristiana sepultura. "Hoy ya no se entierran a personas en fosas, por lo que los restos son todos los años los mismos como representación de nuestra labor caritativa", explica José Manuel Álvarez. El cortejo lo cierran los prestes revestidos de capas pluviales negras ornamentadas, el hermano mayor que porta las reglas primitivas de la corporación y quienes ocuparon este cargo anteriormente.

La procesión concluye en la parroquia de San Sebastián, sobre las 14:30. Delante del altar mayor se coloca el féretro, ante el que se reza un responso "por los desamparados difuntos". Termina esta jornada con la colecta entre los hermanos a favor de la Hacienda de los Pobres (nombre que recibe el patrimonio económico y material que se destina a las familias sin recursos). El ritual culmina el Lunes Santo, con la celebración de una eucaristía en sufragio por los hermanos fallecidos.

Reliquias de la provincia

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