Festividad de la Virgen de los Reyes 2020

Sin procesión, pero con el mismo fervor y devoción

Sin procesión, pero con el mismo fervor y devoción

Sin procesión, pero con el mismo fervor y devoción / Juan Carlos Muñoz

Más cerca, pero también más lejos. La pandemia se ha llevado por delante uno de los días más bonitos de la ciudad. Esperado por muchos. Marcado en rojo en el calendario de la devoción. Al menos para los creyentes y devotos de la patrona. La Virgen de los Reyes no ha salido este año al encuentro de su ciudad. En su lugar, ha sido su legión de fieles la que ha acudido a ella para rezarle en la Catedral. A los pies del fastuoso altar de plata que labrará Laureano de Pina, empequeñecido por su presencia, aguardaba la Virgen majestuosa. Ataviada tal y como si fuera a recorrer las calles con la añorada normalidad de cada 15 de agosto. El manto celeste y plata de la coronación, el pecherín de brillantes, la corona de oro y piedras preciosas labrada en la joyería de Pedro Vives... sólo le faltaba estar cobijada bajo su palio de tumbilla y protegida por esos cuatro enormes mazos de nardos y claveles dispuestos primorosamente por Ramitos.

Pero este año era todo diferente. Menos el fervor de sus devotos. Un halo de melancolía ha trufado la esperada mañana. No ha habido personas apostadas a las puertas del templo. Ni turistas desperezados asomados a los balcones de los apartamentos turísticos, ni antífonas y motetes, ni posas. No ha sonado la marcha que le compuso Abel Moreno. El sol no ha iluminado el rostro de la Virgen junto al Magnolio. Ni el Ejército ha desfilado ante ella. Muchos se habrán quedado en las playas... Todo ha sido mucho más íntimo. La Mañana de la Virgen se ha vivido en el interior de cada uno. Con la misma devoción y con todo el boato y la solemnidad que aporta la celebración en la Catedral para los que allí han estado.

A la hora en la que la Virgen de los Reyes debía estar asomando por la Puerta de los Palos, terminaba la última de las misas para los peregrinos. Han sido cinco este año, dos más que de costumbre, para dar cabida a todos cumpliendo las necesarias medidas sanitarias y distancia de seguridad, que no social, que no puede haberla entre tantas personas que acuden al encuentro con la patrona.

Celebración de la misa en la Catedral. Celebración de la misa en la Catedral.

Celebración de la misa en la Catedral. / Juan Carlos Muñoz

A las cinco de la mañana abría sus puertas el Templo Metropolitano para empezar a recibir a los fieles. Este año tampoco ha habido grandes peregrinaciones. No se ha visto a los vecinos de las localidades próximas apostados en derredor de la Catedral esperando el momento de ver a la Virgen. La mayoría ha venido en coche. Desde el primer momento la presencia de personas en la Catedral ha sido constante. Los fieles se han arremolinado ante la patrona aprovechando los escasos minutos entre una y otra misa. El aforo, limitado a 611, se ha cubierto prácticamente en todas estas celebraciones, la última de ellas dedicada a los jóvenes.

Advertían los responsables de la Catedral que el Día de la Virgen de los Reyes es el más complicado de organizar de todas las grandes solemnidades del año. El público que asiste busca estar lo más cerca posible de la Virgen y, por los motivos de sobra conocidos, había que extremar el celo y el cuidado. El personal de seguridad se afanaba una y otra vez en procurar que los fieles ocuparan los asientos libres y no permanecieran de pie. Lo mismo ocurrió en el impasse entre el final de la última misa y el inicio del pontifical presidido por el arzobispo. Muchas personas ocupaban los asientos reservados a las autoridades que, por la disposición actual, se extendían por buena parte de la nave central.

A las nueve, el organista atacaba el Salve Madre acompañado por la atronadora voz, del cantor de la Catedral, José Márquez, que tantos años lleva junto a la Patrona. Daba comienzo así la que puede ser la última gran solemnidad presidida por el arzobispo, monseñor Asenjo, que en octubre debe presentar su renuncia al cargo.

El arzobispo, monseñor Asenjo, durante el inicio de la misa. El arzobispo, monseñor Asenjo, durante el inicio de la misa.

El arzobispo, monseñor Asenjo, durante el inicio de la misa. / Juan Carlos Muñoz

En su homilía, monseñor Asenjo ha recordado como la Virgen de los Reyes, regalo del Rey Luis de Francia a su primo Fernando III en 1240, acompañó al monarca en su Reconquista de la ciudad, recibiendo el apelativo de Virgen de las Batallas o de la Victoria. Defensora y protectora. Por ello, ha implorado ahora su intercesión para vencer al Covid-19 “Que la Virgen de los Reyes nos ayude a vencer la pandemia y que ayude a los especialistas a encontrar un remedio. Que nos ayude también a vencer la crisis económica que también está ya presente. Que proteja a los pobres, a los que les espera un otoño y un invierno terribles”. El arzobispo también ha reclamado el entendimiento de los partidos políticos para que España supere la crisis: “Deberían emprender una vasta operación de concordia, diálogo y consenso en busca de La Paz, la justicia, la libertad y el bien común, dejando a un lado sus intereses particulares”.

Los devotos, de madrugada, ante la Virgen. Los devotos, de madrugada, ante la Virgen.

Los devotos, de madrugada, ante la Virgen. / Juan Carlos Muñoz

Finalizada la misa, se han abierto las puertas de la Catedral para que todos los sevillanos y devotos que lo deseen puedan venerar a la Virgen de los Reyes, generándose colas desde el primer momento. Podrán hacerlo hasta las 14:00. Mañana comenzará la Octava.

A pesar de ser un 15 de agosto tan diferente, el encuentro con la Virgen de los Reyes ha vuelto a deparar alguno de los momentos más emotivos del año. Una devoción pura, sencilla, sin artificios, sin recovecos. Sevilla se ha vuelto a postrar a las plantas de la que es su patrona para rendirle homenaje y loor, como viene haciendo desde hace casi 800 años, cuando San Fernando culminó felizmente la Reconquista y devolvió la ciudad a Europa.

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