La Bocamanga

Vestirse y revestirse

Quizás esta Cuaresma haya estado algo gruñón en esta Bocamanga que recoge tantos pensamientos y sentimientos míos porque he puesto el dedo en algunas de las muchas llagas que tiene esta vivencia sevillana de sus hermandades y su Semana Santa y, aunque hubiera querido dedicar a esta última publicación cuaresmal a recordar tantas cosas bonitas que encuentro en nuestro mundo de las cofradías, me veo en la obligación de escribir sobre otro asunto que intente mejorar la Semana Santa que tenemos.

Nuestra Semana Santa no es ajena a la sociedad actual que tenemos y se ve influida por ella en muchos aspectos a pesar de mantener un modelo barroco que ha sobrevivido hasta estos días. El vestir que contemplamos en los nazarenos y componentes de los cortejos penitenciales y en el público que acude a verlos da muestras de cierta decadencia y hasta falta de decoro. El caso es que cada vez se viste peor, vamos.

El nazareno de hoy en día apenas sabe por qué viste como viste, o se reviste mejor dicho. La formación de las hermandades muchas veces gira sobre profundas temáticas que tratan de explicar encíclicas, espiritualidades de santos, métodos de oración,… pero van a tener que darse cuenta de que formativamente el cristiano que pertenece a ellas apenas sabe lo básico y no piensa tener necesidad de saber más. Es una realidad que los ricos los aspectos litúrgicos de los ritos son ignorados por la gran mayoría de los que se confiesan católicos hoy en día y creo que es un gran error. Las formas importan mucho, muchísimo, y sin ellas no se puede entender lo que ocurre debidamente. El hábito nazareno que se luce como imitación de la túnica que Cristo vistió tiene mucha riqueza simbólica, desde la tela del que esté hecho al capirote, el antifaz, el cíngulo, el esparto o el calzado. La tela simboliza, si pobre, la humildad que debe acompañar al reconocimiento propio como pecador, y si rica, la realeza por imitación de la condición real de quien es Rey de los Cielos. El color de la misma también va a tener su significado, con el negro del luto, el morado de la penitencia, el verde de la Esperanza, el rojo de la Sangre, el marrón del vínculo carmelita, el blanco de la pureza o el azul de la Inmaculada. El capirote es la declaración pública de penitente a imitación de aquellos capirotes que eran colocados por la Santa Inquisición a los declarados reos para que todos supieran de su condición. El antifaz iguala a todos los penitentes y hace su penitencia anónima, todos somos iguales ante Dios y sólo Dios y uno mismo conocen el motivo de dicha penitencia. El cíngulo, como el de los sacerdotes, recuerda la virtud de la castidad y la rectitud moral. El esparto, con su rudeza, es muestra de humildad y actúa como disciplina al ser un vestigio de aquellos disciplinantes que dieron origen a los actuales nazarenos. Las colas de las túnicas son señal de dolor y luto por la muerte de Jesús. El calzado o la ausencia del mismo también tiene su simbolismo. Nada es banal en la túnica elegida por cada hermandad para realizar la Estación de Penitencia.

El hábito nazareno debe ser respetado, tanto en la forma de vestirlo como en la de su estado, y hay que hacerlo respetable ante los que lo contemplen por lo mucho que significa. Revestirse, puesto que se pone sobre otra ropa que se viste bajo él, es un acto litúrgico. Por eso mismo también, las personas que acudan a contemplar las procesiones deben hacerlo vestidas con el decoro exigible al respeto que merece un acto religioso. Esta sociedad acomodada y falta de referentes es incapaz de apreciar estos matices pero estamos los cofrades en la obligación de hacérselo saber. “El hábito no hace al monje” dice el refrán y por eso la actitud del nazareno debe ser acorde a la túnica que vista porque si no perderá todo su sentido. Vestirse de nazareno no es disfrazarse porque la Semana Santa no es un carnaval. Tengan una provechosa Semana Santa y que las ganas de Dios ganen a las ganas de cualquier otra cosa.

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