En cada lágrima

El abrazo partido

En la película de Daniel Burman, Ariel emprende un largo viaje físico y emocional a Europa para recomponer su vida y reencontrarse con su padre. Es el relato de recomponer en ese abrazo personal el de toda una humanidad rota por el pasado de la guerra. A la hora que el lector lea esta columna, la Hermandad de Santa Marta habrá celebrado una Misa de Envío antes de partir a la frontera entre Hungría y Ucrania y organizar el traslado y posterior acogida de un grupo de madres ucranianas con sus hijos.

Recompone con este gesto comprometido y arriesgado el abrazo de una humanidad rota en la crueldad –todas las guerras lo son- especialmente hacia los inocentes. La banalidad del mal que ya se escribiera amargamente en la noche oscura de tantas otras barbaries en el siglo XX. Decide, así en las parihuelas de sus propios medios e impulsados por la Caridad que les urge y clama, echarse también a las carreteras hasta el extremo de Europa. Bajo el aguacero de violencia y el sinsentido, llevan a su Cristo roto de sufrimiento.

Es un rostro real y sin retórica de esa Iglesia en salida. En este viaje, siento que van muchos rostros verdaderos de nuestras hermandades. Partiendo la vida con darla ahí donde el rostro de Cristo ha sido especialmente golpeado en su imagen. La palabra que sostiene este viaje es Charitas (“La Caridad de Cristo nos urge”) y las parihuelas son un puñado de diez corazones interpelados hasta lo más profundo. Junto a ellos, viajamos espiritualmente muchos más. La ejemplaridad de esta hermandad joven, nacida en un siglo como el XX pródigo en violencia nos centra a todos en el fin esencial de una hermandad.

Su compromiso en la acogida y dignidad de estas familias rotas, nos reafirma en que, efectivamente, el sepulcro estaba vacío. Encontrarán a su Señor en la ciudad húngara de Záhony, justo en la frontera.

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