OBITUARIO

En la muerte de José del Río

José del Río

José del Río / M.G.

Desde que coincidimos en la Facultad de Derecho de la Universidad de Sevilla -el año académico 1946-47, él en el último curso y yo en primero-, siempre nos unió un afecto recíproco. Lo recuerdo en el Maese Rodrigo y en el viaje de fin de carrera, en Ceuta. Pronto destacó aquel joven sevillano -muy joven, muy sevillano- por sus inquietudes culturales. Secretario -siempre secretario- del Club La Rábida, ubicado en la Escuela de Estudios Hispanoamericanos, Pepe del Río fue artífice de uno de los movimientos culturales más importantes en la Sevilla de mediados del siglo pasado. Por allí pasaron intelectuales y artistas de la época y una generación de jóvenes universitarios que saciaban su sed en aquel oasis cultural que fue el club. Pepe era el alma de la institución, siempre en su papel secundario de secretario, porque su vocación fue la de servir, la de ayudar, no desde la presidencia ni desde cargos de relumbrón, sino desde el discreto y eficaz puesto de secretario.

Y así lo fue en su carrera profesional: "Secretario de primera categoría de administración local". Nunca fue más acertada la definición administrativa del cargo, "de primera categoría", porque esa posición privilegiada la ocupó siempre y de manera ejemplar José del Rio, en el ejercicio de las importantes funciones del cargo: dar fe, prestar testimonio de la verdad, y advertir de la legalidad, alertar sobre la imperativa adecuación a Derecho de los acuerdos de la corporación. José fue un fiel servidor de la verdad y de la ley, defensor a ultranza de esos principios, tantas veces amenazados en aras de la eficacia, como si no fuesen, precisamente garantes de ésta al serlo de la justicia y de la seguridad jurídica.

Fue secretario de la Federación Andaluza de Fútbol, el club La Rábida y la tertulia El ColiseoFue hermano mayor del Museo y era el número 1 de esta hermandad

Fue un gran secretario en ayuntamientos como Las Cabezas de San Juan -en el que una placa colocada en el patio de su Casa Consistorial recuerda la larga etapa de su hoja de servicios- y Camas, junto a su amada Sevilla.

Llegó a ser autoridad de prestigio en su Cuerpo. Sus opiniones se valoraban por sus compañeros como las mejor fundadas en Derecho y eran seguidas en defensa de los intereses corporativos. Así acaeció en el tema de la disolución de la mutualidad, en el que José emitió un verdadero dictamen. Porque José del Río fue un gran abogado, enamorado de su profesión, en la que llegó a número 2 de la lista del Ilustre Colegio de Sevilla, detrás de Sixto de la Calle.

No debe omitirse su vocación universitaria, que le llevó a ser profesor ayudante de la Cátedra de Derecho Procesal, con Faustino Gutiérrez-Alviz, y de la de administrativo, con Manuel Clavero.

Su vocación de secretario le llevó también a desempeñar ese cargo en la Real Federación Andaluza de Fútbol, bajo la presidencia de José Acedo, un tándem modelo, que dejó la huella de su buena gestión en aquel organismo. Ambos ejercieron aquellos cargos institucionales con modélica neutralidad y sentido de la justicia, dando a cada uno lo suyo, no dañando a nadie. Es decir, prescindiendo de su condición de sevillistas y respetando la igualdad de los rivales a los efectos federativos.

Pero la condición de hincha de Pepe del Río no la ocultó nunca. Su amistad con José Ramón Cisneros le llevó a fundar la asociación de su nombre, de la que llegó, aquí sí, a ser presidente y presidente de honor.

Su última publicación fue el libro en el que historió la vida de la asociación, presentado en una cena el 4 de febrero pasado, todavía Pepe en plena lucidez, con el ingenio y el sentido del humor en él proverbiales.

Y, junto al fútbol, los toros. Aficionado cabal a la fiesta, buen conocedor y amante del arte de la tauromaquia, desde los tendidos de la Maestranza o ante el televisor, era un crítico riguroso de toros y toreros.

Ejemplar fue también José del Río cofrade. Hermano mayor del Museo, llegó a número 1 de su hermandad tras el fallecimiento de Alfredo Jiménez Núñez (su primo hermano) y de José Manuel Vázquez Sanz (su compañero de tertulia). Un cofrade consciente de las funciones de la hermandad en el mundo actual y que pregonó con profunda convicción: culto, formación y caridad. La caridad, que él consideraba por encima de la justicia social, no es "beneficencia ni filantropía", sino amor, entrega a los más débiles. Así lo predicó en sus numerosos pregones: Castilleja de la Cuesta, Bollullos de la Mitación, Gelves, Camas Veneros (León) y, el último, en el LXXV Aniversario de la hermandad del Cautivo, de Las Cabezas, el 5 de febrero pasado.

En los últimos años de su vida, nuestra amistad se reforzó en la tertulia El Coliseo, en la que entró de la mano de José Acedo y llegó también a secretario, custodio de nuestra documentación, responsable de nuestras comunicaciones y ordenador de pagos, riguroso en su cumplimiento y constancia. Siempre asiduo y puntual, se nos fue un sábado de su tertulia, en las vísperas de su 93 cumpleaños. ¡Luto en la tertulia El Coliseo!

Como buena persona (¡gran persona!) fue buen esposo, buen padre, buen abuelo, buen amigo, con un sentido exacto de la familia y de la amistad.

Y buen español, un patriota orgulloso de su estrella de alférez de la milicia universitaria que resumía su amor en un discurso de dos palabras: ¡Viva España!

Para terminar, reproduzco los versos que recitó en su último pregón de Las Cabezas:

Señor…Señora…

que en la nueva primavera,

cuando otro año pase, cuando florezca el rosal

y huelan los azahares,

y se conviertan los sueños de trabajadera y costal

en hermosas realidades,

te pido salud y te pido fuerzas

para poder de nuevo sacarte.

El sábado pasado fue llamado a las trabajaderas del cielo. Allí habrá vuelto a reunirse con Pepe Acedo, con Paco Piñero, con Mariano Monzón, con Valentín Pinaglia, con José Manuel Vázquez Sanz, con tantos otros, en la celestial tertulia de los justos. Descanse en paz.

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