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la tribuna económica

Gumersindo / Ruiz /

Las tres economías

LOS acontecimientos recientes en relación a la crisis de deuda, caídas en las bolsas y acaparamiento de liquidez por los bancos, se unen a otros que veníamos padeciendo como la restricción del crédito y del consumo. Es como si nos moviéramos en una economía con tres dimensiones: la real, de la producción y el empleo; la de los mercados, con su propia lógica; y la social, en la que se discute quién soporta las cargas y quién se beneficia de la situación.

En la economía real, en España y Andalucía, pese a la magnífica situación del turismo, el crecimiento de las exportaciones y la buena salud de nuestras empresas multinacionales, sabemos que la forma de producción secular no permite absorber la masa laboral que accedió al mercado de trabajo en los diez años anteriores a la crisis. Pero esta recuperación, forzosamente lenta de nuestra economía, se ve entorpecida por movimientos en los mercados cuya inestabilidad nos perjudica.

Los mercados son verdaderamente extraños, incluso para los que creemos que estamos familiarizados con ellos. En los últimos meses, han sobrevalorado la deuda pública y privada norteamericana, aceptando por ella unos intereses bajísimos; la deuda norteamericana a cinco años pagaba el 1 de julio un 1,78% y el 1 de agosto un 1,32%; la deuda a diez años pagaba en esas mismas fechas, un 3,18% y un 2,74%, respectivamente. ¿Qué tipo de mercado es éste que da forma a tipos de interés más y más bajos en vísperas de que una agencia de calificación baje la calidad crediticia del país? La discusión partidista sobre el déficit tampoco ha tenido efecto sobre los inversores, que aceptan esos tipos de interés ridículos. El mercado debe tener sus razones, que la razón no comprende. Por otra parte, la llamada negociación rápida en las bolsas, con millones de operaciones en fracciones de segundo, provoca órdenes automáticas que hacen muy volátil el mercado y pueden llegar a colapsar su liquidez. Hace dos veranos hablábamos ya de este tema. Estas caídas no casan ahora con la disponibilidad de las sociedades a pagar dividendos nunca vistos, en correspondencia con unos buenos resultados, que no tienen por qué crecer más que la media de la economía internacional en la que operan.

En los últimos días, desde las páginas de este periódico se han dado explicaciones sobre la complejidad de lo que ocurre con la deuda pública española e italiana, que es una mezcla de factores de la economía real y de los comportamientos de los mercados. Ha habido una tendencia a echar la culpa a la política pública (o a la carencia de la misma) de todo lo que ocurre; como si los mercados tuvieran siempre la última palabra. De hecho, se han tomado medidas exageradas (como ha ocurrido con las cajas) para complacer a los mercados, y se ha actuado desde todas las administraciones contra las clases medias trabajadoras y empresariales, que deben soportar una austeridad mal entendida y peor repartida. El déficit público debe reducirse, y la deuda privada (que es realmente nuestro problema) se tiene que ir devolviendo, pero esto puede hacerse de manera ordenada, sin perder nuestros valores morales y sociales.

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