EL calor rima con sopor, y la convivencia con la soflama se suele identificar con la pereza, la galbana, el aturdimiento, la somnolencia diurna y el insomnio nocturno. Tirar la toalla en sentido literal o metafórico. Cómo sobrellevar los 40 grados a la sombra es un recurrente tema de conversación. Poco se habla de la otra cara del sudor: la lección de profesionalidad que dan tantos hombres y mujeres sevillanos cuyas obligaciones laborales se desarrollan en todo o en parte a la intemperie, sean actividades específicamente de temporada veraniega o transcurran así todo el año. Ejemplo callado que conviene airear porque de él no se habla. La nefasta cultura de la hidalguía aparta de su vista mucho de lo que tiene delante y endosa mala fama al trabajo. Por eso somos tan torpes fabricando empleos. La jactancia de forrarse sin doblarla sigue siendo mito contagioso, sea cierto o fingido.

Los españoles y extranjeros perspicaces que, además de hidratarse continuamente para soportar tantos grados, se dan cuenta de que a su alrededor hay prójimos afanándose con intensidad y sin estar embutidos en una cápsula de aire acondicionado, se preguntan retóricamente cómo pueden los sevillanos dedicarse al trabajo un día sí y otro también bajo estas temperaturas. Tal como lo piensan, admiran a quienes ven de acá para allá, centrados en sus quehaceres, vestidos de largo y sin estar embadurnados de protección solar cual bañistas en la playa. Profesionalidad es la respuesta. Y es la palabra que mejor define a miles de sevillanos que se toman en serio el trabajo y el servicio a los demás, sople el siroco o llueva a cántaros. Ojo, son los profesionales a secas. No confundir con los profesionales de la excusa, que siempre encuentran un pretexto para hacer lo mínimo.

Ni este calor es africano, sino tan europeo (por mediterráneo) como Pericles o la Via Apia, ni la profesionalidad de estos sevillanos ejemplares es germánica, sino autóctona.

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