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pilar Cernuda

El cuarto 20-N de Rajoy

Desgaste. Tres años después de su arrolladora victoria en las generales, el presidente no tiene excesivos motivos para celebraciones y al centrarse en la crisis ha dejado otros flancos abiertos

HACE tres años, el 20-N que le dio la Presidencia, un exultante Mariano Rajoy, rodeado de sus también exultantes compañeros de Ejecutiva, decía a los exultantes militantes que coreaban su nombre bajo el balcón instalado en la fachada de la sede de la calle Génova que iba a "devolver a los españoles el orgullo de serlo" y prometía "un Gobierno en el que se sintieran representados todos los españoles".

En su cuarto 20 de noviembre desde entonces, Rajoy no ha encontrado excesivos motivos para celebraciones, y de hecho no ha habido ningún acto multitudinario de partido. Los españoles no sienten el orgullo que prometió, en el PP penan por casos de corrupción que llegan hasta las alturas, el partido está desmoralizado, debilitado y falto de cohesión, y los más optimistas se agarran como un clavo ardiendo a la convicción de que todavía pueden remontar y ganar las elecciones. La mayoría absoluta ni se la plantean.

A lo largo de estos tres años de Gobierno, Mariano Rajoy puede presentar algunos aprobados en su cuaderno de notas: el más importante, haber evitado el rescate, que habría significado que España estaría tutelada desde Bruselas, y además estaría tutelada de forma implacable y sin que los funcionarios de la Unión Europea hubieran tenido piedad alguna para hacer ajustes brutales como los que han sufrido Grecia, Portugal y, en menor medida, Irlanda.

La economía se encuentra en mejor situación que la que dejó Zapatero, y también son mejores las cifras de paro, pero los salarios han bajado y el empleo es menos seguro. En favor del equipo de Rajoy hay que decir que cualquiera que salga al exterior comprende que el modelo español anterior en nada se parece al de los países de nuestro entorno que sufrieron mejor la crisis. Con salarios muy superiores a los nuestros, es cierto, pero con mayores obligaciones por parte de los trabajadores.

Rajoy sin embargo se ha equivocado al marcarse no como objetivo, sino prácticamente como única tarea, enderezar la situación es económica. Es verdad que no hacerlo significaba el rescate inevitable, pero ha dejado flancos importantes por cubrir y, a un año de las elecciones generales y seis meses de unas importantísimas elecciones municipales y autonómicas, se encuentra en precario y es difícil obtener buenos resultados para su partido.

Entre las cuestiones que tendría que haber resuelto se encuentra por ejemplo la reforma de la ley electoral para que se corrijan las situaciones que se han dado en multitud de municipios y gobiernos autonómicos en los que no se ha respetado la voluntad mayoritaria de los votantes y a veces ha gobernado la tercera fuerza porque la segunda prefería darle el mando con tal de que no gobernara la primera que se había quedado a uno o dos escaños o concejales de la mayoría absoluta. El PSOE estaba de acuerdo con corregir lo que sin duda era y es una anomalía, pero no quería hacerlo en pleno periodo electoral. Si Rajoy hubiera estado más en la política que en la economía, sin duda se habría acordado una nueva ley que provocaría menos frustraciones entre los ciudadanos.

Su Gobierno no ha sabido negociar un asunto tan relevante como una nueva ley de Educación, que se ha sacado adelante gracias a la mayoría absoluta del PP, no a los apoyos recibidos, y habrá problemas para aplicarla. Y ha cometido imprudencias muy graves en política penitenciaria que ha soliviantado a la militancia del PP y a infinidad de españoles votantes y no votantes del PP. Como Rajoy ha cometido una imprudencia grave también al no estar más encima de su ex ministro de Justicia, Alberto Ruiz- Gallardón, que presentó una ley del aborto que no tenía que ver con lo que el PP llevaba en su programa electoral, dividió en dos al partido y, al retirarla, provocó una inquina hacia Rajoy por parte del sector más conservador del PP que puede tener graves consecuencias para el presidente en las urnas.

Siendo todos esos problemas graves, hay dos que Rajoy ha llevado con absoluta torpeza: la respuesta a la corrupción y la respuesta al desafío independentista catalán.

Y en menos medida ha tenido un fallo garrafal generalizado: no ha sabido o no ha querido explicar qué de bueno ha hecho su Gobierno, que efectivamente cuenta con decisiones positivas que sin embargo no se han valorado suficientemente por no ser convenientemente explicadas. Rajoy, como le ha ocurrido en el pasado, no ha dedicado ni un minuto de tiempo a reflexionar sobre lo que supone la comunicación para un político. No comprende que los ciudadanos, los españoles, necesitan saber qué hace el Gobierno, por qué y para qué.

Esa indiferencia hacia todo lo que significa dar explicaciones ha abundado en la idea de que es un hombre incapaz de tomar decisiones.

Esa imagen de hombre indeciso se ha agudizado ante el reto que le planteó Artur Mas. Es cierto que Rajoy siempre dijo que no cedería y que no se celebraría el referéndum y ni ha cedido ni se ha celebrado un referéndum. Pero la consulta ilegal se parecía a un referéndum aunque no lo fuera, y dio alas a los independentistas aunque el resultado de las urnas ilegales colocadas en mesas ilegales y no controladas fue menor del que preveían los independentistas. Y, mal que le pese a Rajoy, infinidad de españoles se han sentido humillados por la falta de una respuesta más contundente y querían una respuesta más política que la puramente judicial. Que es verdad que la política de un Gobierno consiste en hacer cumplir la ley, pero esa infinidad de españoles, muchos de ellos votantes del PP, esperaban que además de una respuesta judicial se hubiera visto un gesto de autoridad.

Rajoy lucha contra la corrupción, o dice que es prioritario luchar contra la corrupción, pero ha transmitido la imagen de un dirigente incapaz de actuar de forma drástica contra la gente de su partido pillada en falta o pillada en delito. Su empeño en seguir confiando en Luis Bárcenas le pasará factura permanentemente, como no proceder al relevo inmediato de dirigentes del PP de la Comunidad de Valencia que no sólo continúan en sus puestos sino que incluso podrían seguir siendo candidatos en las elecciones de mayo. Inconcebible en quien enarbola la bandera contra la corrupción.

El presidente encara su último año de Gobierno con las encuestas en contra, un PSOE renovado con un secretario general joven que ha cometido errores de bulto pero que está decidido a acertar para ganar las elecciones, y puede ganarlas si el PP no endereza su rumbo. Y encara Rajoy este último año con la aparición de una fuerza populista, de programa que llevaría a la miseria y a la falta de libertades, pero que ha calado en un amplio sector de jóvenes que hasta ahora formaban parte de la abstención, y la han convertido en un partido que, de momento, sube y las encuestas le auguran un magnífico resultado.

Preocupante para Rajoy. Pero si Podemos está como está, y el PP con serias tensiones internas y sus votantes invadidos por el desencanto, es porque Rajoy no ha acertado en las cuestiones que consideraba menos importantes que la economía.

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