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José / Ignacio Rufino

La mortadela del sándwich social

En el periodo electoral se ordeña con mayor cariño a la vaca que sustenta el país: los que están atascados a la mitad

USTED ha tenido suerte, bien mirado: no está desempleado, no es muy mayor, tiene un par de hijos o tres y no tiene mayores a su cargo, o quizá esté jubilado tras haber sido un religioso cotizante. No se ve obligado a hacer ni chapuzas ni heroicidades en la llamada economía sumergida -de higos a brevas percibe algún modesto pago en negro, ningún pelotazo-, ni a convivir con familiares que no sean sus hijos aún jóvenes. Usted no se vio obligado a emigrar. Por esa suerte que usted ha tenido o por esa justicia que se ha granjeado, no percibe subsidios; usted cotiza a la Seguridad Social y no está exento de pagar impuestos sobre renta o patrimonio. Eso sí, tampoco accede a bonificaciones ni a tarjetas de descuento por transporte, ni tiene mucho derecho a que sus hijos reciban una buena beca si son estudiantes normales. Tampoco puede aspirar ni remotamente a una vivienda en alquiler social, que las hay mucho mejores que la que usted paga mes a mes, sea en alquiler puro o devolviendo hipoteca. A usted quizá le parezca bien que todo el mundo tenga una cobertura del fondo común si la vida no le ha deparado una buena ubicación en la pirámide de riqueza ni en la del estatus de este país. Usted no está subsidiado; ni remotamente, más bien cabría decir lo contrario. Usted se siente solidario y ve necesaria la redistribución y la protección social, pero tiene serias dudas de que una renta universal básica para personas sanas no sea un cuele para un porcentaje de personas que se han hartado y han decidido no trabajar más en las próximas décadas ("se han hartado" cabe aplicarlo en un doble sentido: han tirado la toalla desesperanzados… o "se han hartado" de divertirse sin red de caída).

Usted, lamentablemente, tampoco se puede comparar con el segmento que está sobre ese intermedio en el que su familia se ubica en la gráfica de la riqueza nacional. No es rico heredero, no es alto ejecutivo con salarios o bonus de la galaxia refulgente, ni ha percibido indemnizaciones por despido de esas de "entre bomberos no nos pisamos la manguera; hoy por ti, mañana por mí". Tampoco es un empresario con éxito, ni es un privilegiado prejubilado que vive prematuramente su edad dorada porque ha tenido suerte o buena maña al relacionarse o trepar por la cucaña social. Usted se ha gastado miles de euros en lotería y cupones a lo largo de su vida… pero la Ley de la Probabilidad se ha cumplido en su caso: ni cinco tristes pedreas. Como usted, estando situado, no es rico ni de lejos, no tiene sentido que constituya sociedades instrumentales ni que haga otra ingeniería societaria o fiscal para pagar menos impuestos, dentro o un poquito fuera de la legalidad; ni invierte en bolsa ni habla con sus asesores sobre qué paraísos fiscales son fetén en cada momento. A usted no le queman los billetes grandes al lado del corazón: ya le gustaría.

Usted, disculpe, está atrapado. Atascado en la mitad. Paga por todo. Lo empapelan y lo embargan al primer regate granuja que se permita, o al mínimo despiste. Usted lo tiene todo controlado, y no precisamente por usted: sus cuentas, su propiedades, sus facturas, sus seguros, sus escuálidas deducciones, su nómina, su contabilidad de autónomo, su coche, su impuestos locales, sus malos aparcamientos y tantas otras cosas están perfectamente en foco para el ojo del Gran Hermano público, y también para el banco, ese Gran Hermano privado. En realidad, el Gran Hermano es su hermano, y no de los otros dos segmentos que le hacen a usted -mortadela corriente, embutido sin duda- de rebanadas en el megasándwich social. Pero no se venga abajo. Las elecciones lo miman. O mejor dicho: los programas electorales se acuerdan de usted tres semanitas cada pocos años. No se consterne: usted no está solo. Sin ir más lejos, yo estoy con usted.

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