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Alejandro V. García

Sangre y dogma

UNA mujer de 61 años, testigo de Jehová, murió desangrada en un hospital de Sevilla por su oposición, plasmada en un documento de últimas voluntades anticipadas, a recibir a una transfusión sanguínea a causa de sus convicciones religiosas. Supongo que a la mayoría de los lectores les resultará absurdo que en una sociedad como la nuestra, encabalgada en los adelantos científicos, una persona decida inmolarse a la salida del quirófano para no contrariar unos oscuros versículos del Levítico: "Estatuto perpetuo será por vuestras edades donde quiera que habitéis, que ninguna grosura ni sangre comeréis". Pero así es.

Los testigos de Jehová no son los únicos en respetar, hasta el punto de dar la vida, una serie de extravagantes supersticiones. En realidad casi todas las religiones llevan consigo un aparato importante de tabúes inverosímiles o de dogmas no menos caprichosos que terminan creando un sistema moral cerrado y, por extensión, una ideología muy concreta. En algunos casos, a la vista de la insostenibilidad de ciertos preceptos, las religiones, al menos las más adaptativas, tratan de abrir una tercera vía para conciliar los dogmas con la ciencia o, cuando ya no cabe ni eso, recurren a una declaración de perdón con unos pocos siglos de retraso. En el caso del Darwin y los cristianos esa función intelectual de adecuar fe y evidencia recayó, entre otros, sobre Teilhard de Chardin que nos dejó una amplia bibliografía para abrazar el darwinismo sin contradecir las revelaciones.

El caso de la mujer fallecida en Sevilla es un caso extremo de hasta dónde puede llegar al respeto por una regla escrita en un libro de revelaciones e interpretada luego desde un fanatismo extremo. Pero en la vida ordinaria ¿en qué medida influyen las certidumbre dogmáticas en las decisiones civiles o técnicas? El otro día, la alineación del presidente del CGPJ, Carlos Dívar Blanco, en el grupo de los jueces antiabortistas, impidió que por primera vez en 29 años el consejo informara sobre una ley, la ley de Salud Sexual y Reproductiva e Interrupción Voluntaria del Embarazo. Hasta aquí nada que objetar. Es respetable que la mitad del consejo defienda una postura y la otra mitad la contraria.

Lo llamativo es que Carlos Dívar justificara entre los suyos el sentido de su voto por "convicciones religiosas" cuando el informe era de carácter técnico y jurídico. Mezclar creencias subjetivas en un informe de tanta trascendencia es un error sin paliativos, como mínimo de forma, pues contamina con presupuestos de fe las solidez de una deliberación jurídica.

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