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EN las horas amargas que precedieron al ajuste duro Zapatero meditaba junto a algunos de sus ministros dónde meter la tijera sin hacer demasiada sangre, entendiendo aquí por sangre el daño más socialmente injusto o perjudicial. Un ministro ha concretado el desasosiego del presidente: "Nos decía que cortar la ayuda al desarrollo era como cortarse un brazo".

Amputado un brazo tras decretar finalmente un recorte sustancial de la ayuda al desarrollo, duele imaginar qué miembro de su cuerpo habrá tenido que cortarse ZP al ordenar la congelación de las pensiones en 2011, sabiendo que los jubilados han sido la prioridad de su política social, como bien se ilustraba cada año en el mitin rojo y minero de Rodiezmo, en su León natal. Y todavía podía haber sido peor si se atreve a tocar los subsidios de desempleo...

Con cinco millones de pensionistas y casi tres de funcionarios, el cupo de damnificados por la reinvención de Zapatero de sí mismo ya es bastante amplio. Hay una gran diferencia entre la repercusión social-electoral de las medidas que afectan a unos y a otros. La bajada de sueldos del funcionariado es aprobada, según creo y según encuestas, por una mayoría no demasiado alta de la población, propicia al argumento de que son empleados cuyo puesto de trabajo no peligra -lo cual es una ventaja con respecto a los demás asalariados- y propensa a asumir el tópico malsano, y falso, de que se trata de un colectivo que no se distingue por su productividad. Por el contrario, existe un fuerte rechazo a la congelación de las pensiones, acorde con la idea de que las pensiones ya son de por sí bajas y los jubilados están más desprotegidos e indefensos ante los avatares de la vida.

Ahora que está liquidado como líder y en proceso de amortización veloz como político, Zapatero tendrá tiempo para arrepentirse de unas cuantas tonterías que hizo en un pasado en el que la euforia irrealista y el optimismo -ignorante- de la voluntad le condujo a creer que la Historia haría con él una excepción y que su suerte personal superaría los requerimientos de la economía y sus reglas más elementales. Echará de menos, por ejemplo, no haber hecho caso a Pedro Solbes, que le advirtió del disparate de repartir 400 euros a cada contribuyente del IRPF, así al que mora en palacio como al que pesca en ruin barca (¡qué indiscriminación menos progresista!), como promesa estrella para ganar las elecciones de 2008. Que ganó.

Aquel dispendio costó a las arcas del Estado casi seis mil millones de euros. Casi cuatro veces más que lo que ahora se ahorrará castigando a los pensionistas. Ni sumando los recortes a pensionistas y funcionarios se llega a igualar lo que entonces se gastó alegremente.

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