PASA LA VIDA

Juan Luis Pavón

Los liberados de estar en clase

COLEGIO de un barrio obrero de Sevilla. Mañana de lunes previo a la convocatoria de una huelga de empleados públicos. Reunión de profesores y representantes sindicales del colectivo docente. Tomas de postura y cruces de opiniones sobre qué hacer ante el recorte de salarios, mientras a las grandes fortunas no se les recortan ni los patrióticos golpes de pecho. Balance del claustro: la mayor parte de los profesores no van a hacer huelga. Están cabreados con la pérdida de ingresos. Pero más soliviantados con los sindicatos que ahora quieren movilizarles.

En cada centro educativo no será idéntico el seguimiento del paro, obviamente habrá colegios e institutos donde sea secundado por la mayoría (y sus alumnos queden en manos de los servicios mínimos), mientras que en otros pesarán consideraciones varias para no dejar a los niños sin clase. Pero en todos hay un denominador común: quejarse de qué a buenas horas llegan los sindicatos de la enseñanza para enarbolar la dignificación de la función docente. Son quienes han huido de ella al convertirse en liberados sindicales. Han evitado la diaria y titánica lucha de mantener atenta una clase mientras se explican las ecuaciones o los verbos, y se han tirado de cabeza al colchón de la burocracia y del pasteleo con las autoridades políticas. Dijeron adiós a la violencia escolar, a la presión de los padres. Ellos también son parte del problema aunque hoy esgriman pancartas como primera fila de la reivindicación.

Son muchos años de frustraciones para los profesores vocacionales, deseosos de forjar una sociedad instruida y emprendedora. Les han tomado por el pito del sereno, por ilusos que no se avenían a las connivencias de un sistema que validaba la ley del mínimo esfuerzo. Y ahora que hace aguas el modelo político que depauperó la educación en aras del dinero fácil que ya no existe, ahora se les pide que hagan causa común con los liberados que se han pegado la vida padre al liberarse de los niños en clase.

Esa es otra de las reformas inaplazables en la función pública. El sindicalismo es imprescindible. Pero sin quitarse del trabajo.

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