Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Taurofilia racial

BUSCANDO un libro (que no encuentro) en los estantes taurinos de mi biblioteca me encuentro con otro, inesperado, que lleva por título Taurofilia racial y que firma el gran Fernando Villalón, el ganadero y poeta sevillano que intentó criar toros con ojos verdes. Lleva un prólogo de Gerardo Diego y en la primera página dice: "Algunos escritores extranjeros, casi siempre hispanófobos, y no poco españoles, mal avenidos con las costumbres y tradiciones de su patria, han dado en decir que esta preponderancia del espectáculo taurino en nuestro país (...) obedece al instinto bárbaro y sanguinario de la raza, a su atraso y poca asimilación de lo que han bautizado con el nombre de cultura europea".

En pocas líneas Villalón condesa los principales equívocos que han convertido el mantenimiento de las corridas de toros en un asunto no ya de gustos o sensibilidad sino metafísico, espiritual y patriótico, conceptos que los tradicionalistas colocan por encima de la voluntad democrática, pues afecta, a su juicio, a algo más importante; los raigones de su mitología. Poco favor han hecho estas campanudas idealizaciones al viejo debate sobre el toreo. Yo no creo que la taurofilia sea un atributo racial de los españoles; antes habría que definir qué son los españoles y una vez resuelto este arduo asunto que trasciende el origen y se remonta, como diría Sánchez Dragó, a Gárgoris y Habidis, establecer cuáles son sus mitos y cuáles no. Y luego dictaminar mediante certificados de pureza quiénes los cumplen y quiénes no. Y si existen las razas nacionales, y entra ellas la española, crisol del taurinismo. En fin, un lío que no nos llevaría a ninguna parte, como ocurre ahora tras la decisión del Parlament.

La interpretación racial o nacional de los toros es un antiguo entretenimiento especulativo sin ningún apego a la realidad que nos ha legado algunos libros exacerbados y, sobre todo, una sensibilidad que ayunta en el mismo conglomerado conceptos tan pirógenos como nación, política, tradición, himnos y banderas. No todos los aficionados tienen ese concepto radical (de raíz) de los toros.

El Parlamento de Cataluña ha acordado prohibir los toros a partir de una iniciativa parlamentaria popular. Estemos o no de acuerdo, la fórmula y la tramitación han sido intachables. Pero elevar el acuerdo parlamentario a un acto de secesión biológica o de deslealtad a los valores inaprensibles de la raza como hacen algunos en nombre del nacionalismo español es descabellado y peligroso. Yo no me alineo con los prohicionistas pero tampoco con quienes hacen de la proscripción del toreo una amputación patriótica.

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