La esquina

José Aguilar

Consumidos por la crisis

LA prolongación de la crisis y la rapidez con que los brotes verdes se vuelven mustios están provocando cambios notables en los hábitos sociales y de consumo de los españoles. ¿Acaso podía ser de otro modo? Por muy mediterráneos, callejeros y disfrutones que seamos, de donde no hay no se puede sacar.

A la fuerza ahorcan. El desempleo, el temor al desempleo, el trabajo precario, las congelaciones y recortes en casi todos los sectores hacen que el consumo haya caído. El gasto medio en los hogares bajó un 4,8% en 2009 con respecto al año anterior (y faltan los datos de 2010), y las familias ahorraron en todos los capítulos de su presupuesto ordinario, salvo en el de la vivienda, donde el alquiler o la hipoteca no lo permitieron.

La vida hogareña ha sido redescubierta, aunque en muchos casos sea en realidad la vida televidente la que ha salido reforzada: no para de incrementarse el tiempo que cada español dedica a ver la televisión, que anda ya por encima de las cuatro horas diarias. Es una media propia de ancianos de bajo nivel cultural y residencia en pueblos, pero ahora se ha trasladado a todo tipo de públicos. El corolario es que se sale menos. Más exactamente, se sale menos de casa para ir a comer o tomar copas fuera, y los que salen van a restaurantes más modestos o simplemente tapean.

El tupper, que nunca se había ido del todo, ha tomado nuevos bríos. En el taller, la fábrica o la oficina proliferan las fiambreras con el almuerzo o el tentempié, aplicación práctica de un pensamiento que a menudo nos asalta tras ver los platos que nos sirven y los precios que nos cobran los hosteleros: "Esto en casa me saldría por tres o cuatro euros como mucho". El tópico insiste en que los restaurantes están tan llenos como siempre, pero los restauradores saben perfectamente que no es así. Ni ocurre todos los días ni las cuentas son las que eran.

Otro cambio. Los encuentros de amigos, aniversarios y cumpleaños se celebran cada vez más en casa del festejado. Aquí el ahorro es considerable, porque la convención social aconseja que cada invitado aporte algo en el apartado de comida o bebida, de modo que el anfitrión no resulta mortalmente herido en su bolsillo y, además, se supone que en un futuro próximo será recibido en casa de los otros en condiciones semejantes. Estas cuchipandas suelen ser entretenidas y divertidas... a condición de que no se discuta de política. Mi maestro Manuel Vázquez Montalbán contaba su experiencia en una novela: lo pasamos bien porque todo lo que comimos estaba bueno y todo lo que hablamos fueron tonterías.

¿Y qué me dicen del éxito de las marcas blancas en los supermercados? Quizás sea lo que más perdure tras estos malos tiempos.

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