La esquina

José Aguilar

En Andalucía como en Murcia

DA hasta pereza ocuparse de la cobarde agresión sufrida por el consejero de Cultura de Murcia, Pedro Alberto Cruz. No por el hecho en sí, condenable como todo acto de violencia antidemocrática, sino por las reacciones políticas que ha provocado. Ventajistas y sectarias, como siempre. No hay novedad.

Los mismos que hace tan sólo unos días no dudaban en endosar la responsabilidad del atentado contra la congresista demócrata de Arizona al ambiente de crispación alimentado en Estados Unidos por el movimiento derechista del Tea Party se muestran ahora indignados por que se vincule al PSOE murciano con las virulentas manifestaciones de empleados públicos contra el gobierno murciano del PP. Y viceversa: quienes atribuían el crimen de Tucson exclusivamente a la demencia de su autor son los que desde el sábado no dejan de atribuir a los socialistas la paternidad del clima político crispado que ha hecho posible la agresión al consejero.

Al parecer, estamos condenados a que cualquier suceso de connotaciones políticas sea enjuiciado bajo el prisma del partidismo. Se imponen el prejuicio y la obsesión por sacar rédito de todas partes. La objetividad muere en aras del desprestigio del adversario. Piensen, por un momento, en qué ocurriría si en un contexto semejante al de Murcia -rechazo de los funcionarios a medidas adoptadas por la Junta, manifestaciones calentitas, jaleadas por la oposición- a un grupo de energúmenos se le ocurriera acechar el domicilio de la consejera de Hacienda, Carmen Martínez Aguayo, y agredirla con premeditación, nocturnidad y alevosía (Dios no lo quiera). ¿Que qué pasaría? Que oiríamos los mismos mensajes y leeríamos las mismas declaraciones que en Murcia, pero con los papeles cambiados: el PSOE haría aquí de PP y el PP de PSOE.

No tienen remedio estos campeones del oportunismo que, desgraciadamente, son los únicos que nos gobiernan o nos van a gobernar. Y no lo tienen porque llevan inscrito en su ADN político el gen perverso de que todo principio puede subordinarse al logro de una ventaja inmediata y mezquina sobre el adversario. El principio de la convivencia pacífica, la tolerancia y el rechazo al uso de la violencia está bien en general, pero si los manifestantes que los vulneran (acosando a los que gobiernan o sus familiares, reventando mítines, lanzando huevos, insultando o amenazando en internet) se dirigen contra el adversario, lo mejor es callar, mirar para otro lado y echar las redes para pescar simpatías y votos en las aguas de la revuelta.

Los intolerables violentos son los únicos culpables de su violencia. Los que no los apartan desde el minuto uno por conveniencia sectaria les ayudan indirectamente. Unos y otros. En Tucson y en Murcia.

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