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Manuel Francisco Sánchez Blanco /

Plaza de la Encarnación: por fin una plaza

HE mantenido un silencio prudente hasta no ver terminada o casi terminada la plaza que tanto debate ha provocado, o mejor, de la que tanto se ha escrito. Quiero manifestar, de entrada, que me alineo con los pocos a los que les gusta y les parece acertado su diseño -con algunas matizaciones- así que lo que viene a continuación es una justificación de esta afirmación, que pretendo sea lo más razonada posible. Por tanto pueden pasar página los detractores y ahorrarse así un tiempo precioso, aunque les confieso que me gustaría no lo hicieran y escucharan mis argumentos, estableciéndose con ello un debate útil libre de desprecio, soberbia y prepotencia. Vamos pues.

Mi recuerdo de la plaza es que no había tal plaza, así de sencillo. Una imagen siempre viene a mi mente al nombrarla: decenas de autobuses urbanos ocupando el espacio y polucionándolo, dividiéndola en dos; peatones esperando se abriera el semáforo para cruzar con el tiempo justo para no ser atropellados por aquellas moles humeantes; unos horribles soportales y edificios que conforman la calle Imagen salidos de no se sabe dónde y una cierta sensación pueblerina -con perdón- cuando se paseaba por la zona norte de la misma.

¿Qué tenemos ahora? Pues creo que tenemos por fin una plaza, con un cambio muy interesante de niveles conectados por una enorme escalinata, que será punto de encuentro y de referencia entre los jóvenes muy pronto. Esta plaza elevada me parece un acierto pleno y posibilita "esconder" el famoso mercado (que si aspira a emular a la Boquería barcelonesa, le queda un largo camino). La plaza trata de protegerse del sol inclemente de nuestra tierra, mediante un elemento muy usual para nosotros: una sombrilla (parasol) apergolada que permite la aireación tan necesaria y refrescante, y que fueron inmediatamente bautizadas como las Setas. Estas son un elemento urbano de protección, muy elaboradas y de impresionante plasticidad. Con unas formas poderosísimas, protagonizan el espacio y lo hace suyo de forma radical, a la vez que unifica ambas zonas separadas de la plaza. Si la arquitectura de la zona tuviera algún valor, esta opción sería un desastre; pero la realidad es que salvo la esquina de La Anunciación y algún que otro edificio, la arquitectura brilla por su ausencia. Recuerdo un texto de Vázquez Consuegra donde abogaba por la conservación de los edificios de autentica valía de los cascos históricos y sólo estos. Por tanto decisión acertada. Finalmente, para no cansarles, acierto de nuevo con la estrategia del contraste y el diálogo de las formas que definen épocas distintas. Deberíamos los sevillanos estar acostumbrados a ello: la imagen más poderosa de la Expo 92 fue una superposición de la Giralda con el "palo inclinado" del puente del Alamillo. Hoy en La Encarnación se producen de nuevo estos contrastes que pronto veremos fotografiados. Los parasoles enmarcan las iglesias de San Pedro y de La Anunciación, oculta los horribles soportales, acaricia el ficus gigante y lo enlaza con algunos edificios de interés regionalistas de la zona norte. Muestra la historia de la ciudad en sus tres niveles: en el subsuelo la Sevilla visigoda, romana y árabe, a nivel la Sevilla de las Iglesias del siglo XVI, a nivel superior la Sevilla del XXI.

Dicho todo lo anterior, paso a matizar. El principal fallo de la obra son sus acabados y materiales utilizados: ¡esas barandillas de un galvanizado pésimo! ¡Esos paramentos de bellas formas arrasados por un material que parece cartón piedra! ¡Ese suelo de granito basto y desigual, idéntico al utilizado en toda la ciudad! Creo que este es un tema fundamental, pues otro tipo y color de pavimento habría ayudado a la idea de unidad que persigue el diseño. Es verdad, que uno tiene la sensación de estar ante un elemento efímero, ante una arquitectura de maqueta a escala 1:1, pero esto no supone defecto alguno (recuérdese que dijimos lo mismo de la Expo 92).

Felicidades a J. Mayer, por su valentía y coraje, creador que no se plegó a las ideas dominantes y, al que seguramente, no le dejaron acabar la obra según sus propósitos. Felicidades igualmente a parte del equipo de gobierno del Ayuntamiento, que la apoyó hasta el final y soportó las críticas feroces y continuadas de los detractores. Dentro de unos años nadie se acordará de lo que costó, este es ya un debate sin interés (el enorme coste de los parasoles, ha condicionado seguramente sus acabados -tan importantes en arquitectura- he aquí la paradoja).

Si queríamos un hito urbano de gran atractivo y de referencia lo hemos conseguido. Enhorabuena a todos y lo siento por los que intentaron su paralización, creo que no tenían razón.

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