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EL informe sobre Europa del Fondo Monetario Internacional incluye a España dentro del bloque de países cuya economía se encuentra en peor situación. Concretamente junto a Grecia, Irlanda y Portugal, las tres naciones que han tenido que ser rescatadas con aportaciones de la Unión Europea por la intensidad de sus desequilibrios y sometidas a drásticos planes de ajuste. Es cierto, no obstante, que el FMI indica que España se distingue de este pelotón de cola por haber acometido reformas encaminadas a aumentar su competitividad y realizado recortes en las prestaciones sociales que la sitúan en mejor posición. El informe llama la atención acerca de la enorme diferencia entre el núcleo duro de los países del euro y los nórdicos, que apenas han sufrido los embates del desempleo y los han ido superando, y España e Irlanda, estancadas en niveles de crecimiento muy leves y castigadas con un nivel de paro acorde con la anterior influencia de la burbuja inmobiliaria que, al reventar, ha dejado sin puestos de trabajo a corto y medio plazo a cientos de miles de trabajadores escasamente cualificados y, por ende, más difícilmente reciclables. El FMI pone el énfasis en el elevadísimo desempleo que azota a los sectores juveniles de España, cercanos a la mitad de la población activa potencial, y llega a hablar del riesgo de una generación perdida. El riesgo es real. El sistema educativo proporciona titulación a cientos de miles de jóvenes y otros muchos salen rebotados por el fracaso escolar sin que el sistema productivo sea capaz de asumirlos en la proporción debida. En definitiva, España, por la ineficiencia de su economía y el cortoplacismo de sus agentes durante los últimos años, corre el peligro de desperdiciar las energías y la formación de toda una generación que se ha habituado a unos parámetros de consumo propios de una sociedad del confort, pero que choca con unas expectativas desfavorables cuando le llega el momento de insertarse en la producción y ofrecer su propio rendimiento a la colectividad. Un mal negocio.

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