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Manuel J. Lombardo

Sevilla tiene un reto: regenerar a la comunidad cinéfila

El autor analiza la situación de las salas de cine en la capital andaluza.

Un tono nostálgico suele presidir inevitablemente la mayoría de los artículos y comentarios sobre los cierres de cines o la desaparición de viejos teatros reconvertidos en cines. Un tono que parece situar la experiencia de acudir a las salas en una arcadia idealizada con olor a terciopelo y sonido de madera crujiente a la que el paso del tiempo y la (pos)modernidad no han hecho sino agredir, empequeñecer o depauperar en sus verdaderas esencias.

Es un discurso por lo general inmovilista y arqueológico que da por muertos y enterrados al Cine con mayúsculas, a los hitos fundamentales de su historia y a la experiencia compartida de una manera parecida a como se echan de menos las colecciones de soldaditos de plomo o las esencias del barrio perdidas para siempre bajo el perfume barato de las cafeterías de franquicia.

Incluso aquellas primeras multisalas con rótulos de neón nacidas con la Democracia, en los primeros años 80, siguen siendo pasto, a pesar de su evidente degradación y su desfase estético, de una cierta simpatía vintage acrecentada con el revival de lo ochentero.

La eterna amenaza del cierre de los cines Avenida, último reducto de una vieja cinefilia en V.O. que, mucho me temo, sobrevive antes gracias a las ayudas europeas que a la fidelidad incondicional de su público (no son pocas las ocasiones en las que este cronista ha visto allí películas completamente solo), se acrecienta ahora con la noticia de la liberación de su superficie y la de otros cines del centro (Alameda y Cervantes) para la construcción de viviendas u otro tipo de establecimientos. Precisamente, donde hasta hace algunos años estaban los cines Corona, también de la misma cadena de exhibidores y con un mismo perfil para públicos más especializados, se levanta estos días a ritmo frenético un nuevo Mercadona.

Es el signo de los tiempos digitales, que afectan al cine (que se consume ya mayoritariamente en la televisión, Internet o a través de plataformas online) tanto como a otros espectáculos y costumbres del tiempo de ocio, y no tendríamos por qué lamentarlo tanto apelando a la nostalgia si no fuera por la poca capacidad de regeneración y la escasa oferta alternativa de espacios atractivos en nuestra ciudad para ir al cine, una ciudad que ha volcado casi toda sus energías de preservación de la cultura cinéfila en un festival que crece cada año en sus cifras de público para dejar luego un desolador vacío en la misma división en la que juega su propuesta. Tal vez sean estos los peajes de la cultura del evento.

Pasado ya también el tiempo de los cineclubes, agonizantes o bastante despistados en sus estertores sevillanos, avejentadas las multisalas del centro (aunque el Avenida, todo hay que decirlo, ha iniciado un importante lavado de imagen como parte del proceso de su forzosa digitalización), sin una presencia verdaderamente visible y activa de la Filmoteca de Andalucía en la ciudad, apenas sobrevive hoy el poder de convocatoria de las salas de la periferia y los centros comerciales, donde la calidad de proyección y la comodidad parecen eternamente reñidas con el nivel y la oferta de la programación y las inevitables molestias de las dinámicas del consumo palomitero.

Un año después de la entrada de la prestigiosa cadena francesa MK2 en el Nervión Plaza, su propuesta de cambio aún parece algo tímida y errática en lo que respecta a las sesiones en versión original (marginadas a horarios intempestivos) y a la posibilidad de destinar alguna de sus 20 salas a repescas, ciclos, retrospectivas o títulos menos comerciales.

A la renqueante Sevilla cinéfila tal vez le haría falta algo parecido a la Cinemateca del antiguo Matadero de Madrid, a los cines Phenomena o Zumzeig de Barcelona o al modélico proyecto Númax de Santiago de Compostela, por no citar cada uno de los numerosos centros de arte contemporáneo que apuestan por incluir cine regularmente entre su programación: espacios acordes a los tiempos y conscientes de su público potencial a los que acudir con ánimo festivo o de descubrimiento, con una programación exigente y plural, atenta a lo nuevo y a lo viejo (sí, también al 35 o al 16mm) con voluntad didáctica y dialogante, y a la posibilidad de crear una verdadera comunidad en torno a una sala, una cafetería, una librería o una tienda especializada, como existe en la mayoría de las grandes capitales europeas.

Las ideas, que tampoco son demasiado originales, sobran. Los referentes parecen claros. Lo que falta, como decía el personaje de Darín en Nueve Reinas, son "financistas". A ver quién se anima.

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