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Parche a la crisis de la presidencia

  • Juan Carlos Ollero, en un alarde de beticismo, decide aparcar rencillas y aguardará un momento mejor para irse del Betis. Algunos consejeros lograron convencer al mandamás de que diera marcha atrás en su intención.

Al Betis lo están descosiendo nuevamente desde dentro. El principal problema, claro está, es el deportivo, que arrastra a todos los ámbitos, aunque en este club se siga convencido de lo contrario, de ahí que en cuanto ha estallado la nefasta planificación realizada por esa especie de numen que atiende por Eduardo Maciá -por cierto, todavía sigue en su cargo de manera inexplicable-, las rencillas que habían surgido en el consejo de administración se hayan hecho carne en primer plano.

Por suerte, el Betis había hallado hace un año a un hombre que, con sus errores, que también los ha tenido, logró apaciguar las aguas caudalosas que bajaban. Pero, logrado su propósito, un año después, cuando volvieron a enturbiarse, dijo basta, aunque ayer reconsiderase su intención de abandonar la entidad.

Los deseos pacificadores de Ollero y sus veladas negociaciones con el entorno de Manuel Ruiz de Lopera e incluso de Luis Oliver, no bien vistos por la mayoría de sus compañeros, y la incompetencia y afán de protagonismo de la savia nueva que ha entrado por la puerta de cristales de Heliópolis -¡cuándo dejará el entorno de hacerle daño al Betis!- habían provocado los deseos del presidente de marcharse. Gente de su confianza le susurró que era la mejor decision que tomaba, que este club, con semejantes directivos, no va a ninguna parte y que su figura, por las ansias de algunos, incluso iba a ser vista como la de un cuchara. Él mismo pudo comprobarlo, incluso cuando ya había anunciado en privado que se iba y le puso fecha, al no ser tenida en cuenta su opinión sobre la destitución de Pepe Mel: ni era el momento ni el modo, al no tener aún el club a un entrenador para sustituirlo.

Empero, Ollero le hizo ayer un favor a la entidad al dejarse convencer por algunos consejeros, principalmente el vicepresidente José Luis López Catalán -también ayudó en parte Ángel Haro-, que le hizo ver que la crisis que vive el club se iba a ver agravada de manera considerable con su marcha y que las consecuencias, principalmente deportivas, las iba a sufrir el primer equipo de la entidad.

El presidente, que llevaba semanas alejado de la toma de decisiones aunque, como siempre, dio la cara en los malos momentos -ahí estuvo junto a Mel y Merino en su día-, es consciente de que su marcha iba a dejar un vacío que, aun reemplazable, iba a provocar una catarsis entre la afición y, sobre todo, los accionistas, tanto los que han depositado su fe en Catalán y Haro y se sienten cada día más decepcionados como en los de la oposición, liderada por Manuel Castaño, contra el que Ollero hizo frente común en las dos últimas asambleas.

Los vicepresidentes, pese a tener ya peso accionarial, no quieren quemarse en una época de tantos reveses, de ahí que fuesen también los primeros interesados en que Ollero siguiese, porque de otro modo hubiesen tenido que buscar a un hombre de paja que la afición hubiese calado en dos días o dar el paso al frente que no apetece a ninguno.

Así, de momento, Ollero va a seguir en la presidencia y el tiempo será el juez que revele su fecha de caducidad y también cuáles serán sus competencias desde hoy, ya que su fuerte personalidad le va a impedir ser un títere en manos de la gente que lo rodea. Así de claro lo ha dejado estos últimos días, tanto como que sólo ha dado marcha atrás por hacer su último servicio al Betis.

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