Obituario

Ángel Gómez Guillén, sacerdote por los cuatro costados

Ángel Gómez Guillén, sacerdote al cien por cien

Ángel Gómez Guillén, sacerdote al cien por cien

El trío siempre detrás de la Custodia los Jueves de Corpus o de la Virgen cada 15 de agosto. Don Carlos, don Ángel y el hermano Pablo. Las manos en oración, sin miradas al público. Gómez Guillén, el niño criado en la feligresía del Salvador, al que el vestido de canónigo se lo regalaron las hermandades del Amor y de Pasión a principios de los años 90. Ay, aquellas charlas con el padre Manuel del Trigo en el Patio de los Naranjos a las que se unían Mendoza, el campanero, y Enrique, aquel sacristán de muerte prematura, el que quemaba las ramas de olivo para tener la ceniza que marca el inicio de la cuaresma. Gómez Guillén y el padre José Polo, uno de los curas más aficionados al flamenco. “Pepe, tienes un lamparón en la sotana, debes tener cuidado”. Y con su madre siempre, atendiéndola hasta el ultimo día. Si ella no podía caminar con facilidad, don Ángel llevaba el coche con antelación a una bocacalle, previo estudio del recorrido, para que ella viera la procesión de la Virgen de Gloria que correspondiera. “Se creían que me iba a venir abajo con su muerte, pero aquí estoy”. Cierto, pasaron los años y no dejó de tener vitalidad, de ejercer su ministerio con intensidad, ni de viajar o de cultivar a los amigos. Recuerdos del viejo Palacio de San Telmo, de los orígenes de la hermandad de la Sed, con el cura Isorna y Juan Antonio Cuevas, de tantos sermones en quinarios y triduos de tantas hermandades, de ejercer de párroco en Burguillos donde trató a un jovencísimo Monteseirín, de elaborar la Hoja Diocesana con la ayuda del entrañable grupo de señoras, de impartir clases de Liturgia, de viajar con don Carlos a Roma en aquel feliz otoño de 2003 para recoger la birreta cardenalicia, recepción con todo boato en el Palacio de España, de buscar vocaciones entre los jóvenes alumnos de Religión... Cura cien por cien. Cura por los cuatro costados. Cura de la cabeza a los pies. Con quince años lo tuvo claro. Se murió con 74. Sobrevivió a su madre. Más difícil ha sido hacerlo al señor cardenal.

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