La Caja Negra

La Alicantina, la resurrección de un icono

  • Reabre un clásico de la hostelería, la ciudad recupera con lentitud el pulso de la vida cotidiana, se aprecian personas con mascarillas de diseño y los pavos del Alcázar pasean esta vez por Fabiola

La Alicantina reabrió a mediodía de ayer

La Alicantina reabrió a mediodía de ayer / Juan Carlos Vázquez (Sevilla)

DOÑA María de las Mercedes se tomaba el aperitivo en la Alicantina tras orar ante las sepulturas de sus padres. Publicado está que siempre procedían unas ostras. Solía acompañarle Eduardo León, presidente de la Caja Rural, que salía de su casa de la calle Cuna en cuanto lo avisaban para estar junto a la madre del Rey. No hay cofrade del Amor y Pasión o hermano del Rocío de Sevilla (un saludo a Gabriel Rojas) que no haya pasado por este bar en algún momento de su vida. La Alicantina es patrimonio de la infancia de varias generaciones de sevillanos.

Allí coincidimos en más de una ocasión con el inolvidable párroco Manuel del Trigo, o con el canónigo Ángel Gómez Guillén. Un clásico es lo que no se puede mejorar. Y Emilio Guerrero ha hecho en la Alicantina lo mejor que se podía hacer: mantener la esencia de un negocio singular, digno de catalogación, incluido el azulejo de los vinos de Maestro Sierra, y tratar de enriquecer el negocio con lo mejor de la Isla.

La Plaza del Salvador con los poquitos veladores que ahora tiene la Alicantina es todo un aldabonazo a la esperanza. Que sí, que vamos saliendo poco a poco como el palio pasa por la ojiva de San Esteban. La ciudad despierta despaciosa y desconfiada de la pesadilla, lentamente, como el niño que se ha caído, lleva las rodillas embadurnadas en mercurio y está temeroso de precipitarse de nuevo. A Guerrero siempre le agradeceremos no haber dejado morir la Isla en su día, aunque ahora ya no sabemos quién la salvará, ni este icono de la hostelería que está en el Salvador. 

Ayer olió de nuevo a los champiñones a la plancha y supo otra vez a una de las mejores ensaladilla de la ciudad. Hizo sol de primavera y el kiosco de prensa de Juan Dávila estaba abierto. Todo parecía normal por primera vez en dos meses. Los clientes sedentes miraban a los escasos transeúntes, porque las atracciones eran pocas. Corrieron de nuevo la cerveza y el vino blanco entre distancias interpersonales y geles hidroalcohólicos. En esta pandemia, si se fijan, el alcohol sale por un lado o por otro. Pero sale.

El lunes podremos entrar de nuevo en los bares, aunque con restricciones. Vamos poquito a poco, siempre de frente pero sin que se note. Somos, en el fondo, como un palio de Antonio Santiago. Serios, sin concesiones y técnicamente perfectos. Hay cosas que los sevillanos hacemos estupendamente. Qué alegría cuando me dijeron (que se canta en misa) que Emilio Guerrero, el que llevó ensaladilla a aquel cumpleaños de Manolo Marchena que fue una exaltación del pos-poder, tiraba para adelante con La Alicantina en estos tiempos de zozobra. Y qué casualidad que muy cerca de su terraza saludáramos a Juan Robles, el señor que presidió tantos años la Asociación Provincial de Hosteleros, a la que dio nivel como entidad fuerte de la ciudad.

La gente se muestra feliz cuando se reencuentra. Estos días se vive una ceremonia del gozo que resulta la mar de curiosa. Se alegra el tabernero de ver de nuevo al cliente, el proveedor al empresario y el párroco al feligrés. Casi no se dan cuenta del entusiasmo que irradian en esos momentos. Brota una alegría espontánea, natural y diríamos que pura. 

La Catedral ya no ha aguantado más. Demasiado ha soportado sin ayudas del Estado. El Cabildo ha presentado finalmente un ERTE. Los dos primeros meses han corrido a cuenta de las arcas propias, pero el templo metropolitano no tiene turistas, no hay fuente de ingresos. Y no se olvide que ya cedió 100.000 para ayudas sanitarias. La Catedral necesita 1.500 visitantes al día para mantener el nivel habitual en sus cuentas, el que permite que la gran montaña hueca tenga un programa propio de restauraciones y mantenimiento. Ni se otea ahora mismo la posibilidad de que se recuperen esos niveles de visitantes. En una España que se aproxima a los seis millones de excluidos, el esfuerzo del Cabildo Catedral de Sevilla es digno de reconocimiento.

Cada vez se ven más personas con mascarillas de diseño. Muchas resultan muy originales. No sólo las hay que lucen las banderas de España, sino la heráldica de hermandades, escudos de fútbol o con dibujos propios de telas preciosistas. La moda está presente en todos los momentos, incluidos los de las crisis fuertes, como manifestación artística que es al fin y al cabo.

Los pavos del Alcázar cambiaron ayer de ruta. Esta vez no fueron por la Plaza de la Contratación presumiendo de colas coloridas, sino por la calle Fabiola, por donde hasta saltaron para sortear una zanja de obra. Es una delicia toparse con estos pavos, que salen del Alcázar y vuelven a su hábitat con la mayor naturalidad. El Alcázar está sin turistas y sin alcaide. Murió el socialista Manuel del Valle y no contó con la despedida que sí ha tenido Julio Anguita como ex alcalde de Córdoba. Ni se respetan las distancias en la rojigualda Núñez de Balboa ni en el adiós al comunista de la barba afilada. Los pavos, en cambio, van perfectamente separados, según los vídeos que nos remiten generosa y machaconamente.

En Sevilla están los pavos del Alcázar y los pavos con agenda debajo del brazo. ¿Recuerdan cuando el Ayuntamiento quiso financiar un mirador de ballenas en el Caribe? Aquí te sientas en un velador y ves pasar tiburones, lindísimos y tiernos escualos que hasta sonríen. Tenemos magníficos miradores. Es la señal de que vamos bien. Poco a poco.