Inma Chacón, Escritora

"Hemos cambiado el lavadero de la aldea por las redes sociales"

"Hemos cambiado el lavadero  de la aldea por las redes sociales"

"Hemos cambiado el lavadero de la aldea por las redes sociales" / javier albiñana

-una historia de viudas de vivos a principios de siglo en Galicia, ¿Cómo es esa sensación que siente al escuchar una historia y saber que "va a ser la suya"?

-Es una cuestión de piel y de corazón. Son historias que te arañan el alma y ésta me la arañó. Me fascinó la capacidad de esas mujeres que se quedan solas, sin recursos, sin protección jurídica, con hijos a su cargo y que cada día tenían que hacer ocho kilómetros de ida y vuelta con 30 kilos de leche encima de la cabeza, una mujer con su carga a la cabeza y los brazos libres para seguir haciendo cosas, vestida de negro, con la leche blanca... es algo muy evocador, me apetecía meterme en ella y bucear en sus sentimientos.

La aldea es uno de los personajes de la novela; lo quería así, y que su voz fueran los rumores y las leyendas"

-El tema de la emigración no abandona la historia, a veces porque vienen, otras porque nos vamos... ¿es ley de vida o es algo que debemos corregir?

-Es algo que se debería corregir, está clarísimo que es un desequilibrio económico entre países. En la generación de mi abuela, las mujeres perdieron a sus hombres porque se tuvieron que ir a América, pero había un retorno, como mínimo, económico, porque esos hombres enviaban dinero a sus familias. Sin embargo, mi generación está perdiendo a sus hijos y no hay retorno económico ni físico.

-En Tierra sin hombres, cuando los hay, muchas veces quisieramos que desapereciesen, ¿es una crítica?

-Más que una crítica, es un homenaje, son víctimas de la situación. Vuelven y se sienten desenraizados, no hay trabajo para ellos, muchos de ellos han vuelto con los sueños rotos, de hecho muchos no volvían para no exponer su fracaso. Generalmente, los que volvían y lo hacían triunfantes, hacían ostentación de su triunfo, construían casa enormes, con palmeras... los famosos indianos. En mi novela, vuelven hechos polvo, no los critico, los compadezco.

-A ratos, el director de orquesta de la novela parece el pueblo, ese pueblo que juzga, rumorea, predice y cuenta, ¿hemos cambiado el río con las mujeres lavando ropa por Whatsapp?

-Sí, tal cual. No ha cambiado, han cambiado los medios y los modos. El lavadero del río ya no es físico, pero tenemos las redes sociales e internet. Es algo intrínseco en el género humano, es la mesa camilla de antes. La aldea es uno de los personajes de la novela clarísimamente, lo quería así, y que su voz fueran precisamente los rumores, las murmuraciones, las supersticiones, las leyendas... También a veces intenta ayudar a través de la protección del grupo.

-¿Ese no saber llorar de los personajes es un símbolo de la dureza de no haber aprendido qué es el amor?

-Es también un símbolo de ese silencio, porque el llanto es sonoro, y a través de él se descubren cosas y, sin embargo, una persona que no llora, calla, y si calla nadie sabe si está sufriendo. Es ese sufrimiento sordo de las mujeres que tantas veces han tenido que tragarse las lágrimas y seguir p'alante, es ese simbolismo de una mujer que no llora porque no puede, porque tiene otras cosas, tiene que olvidarse de sí misma.

-Maneja a la perfección esos detalles del cortejo y sus intensidades. ¿Le ha sido complicado hacerse con ese lenguaje?

-Ha sido muy bonito, lo trabajo mucho, está muy pensado, yo corrijo muchísimo. Me he inspirado en un disco de Javier Ruibal, del que además he puesto una cita: "Tu nombre es mi disparate", ¡qué cosa tan bonita! He escuchado ese disco, Lo que me dice tu boca, todo el proceso de la novela y me empapado de ese sentimiento. En una de las canciones dice que cuando va a América le trae quinqués y peinecitos de carey, y pensé: eso lo tengo que poner en mi novela. Hay también un trabajo de investigación en el lenguaje gallego, hay alguna escena de conversación de pregunta, pregunta, pregunta... (risas). Me fui allí a sentir la humedad y la niebla y a escuchar el acento. No quería reproducirlo, pero sí quería que el lector notase que los que hablan son gallegos. No ha sido fácil, y menos para mí que soy extremeña.

-Las meigas también están presentes.

-Sí. Yo doy clase de documentación, y a mis alumnos les digo siempre lo mismo, a escribir se empieza leyendo; yo leo mucho antes de ponerme a escribir. Me ha fascinado ese mundo, es un juego precioso: "Yo no creo en las meigas, pero haberlas haylas". Los que no quieren saber nada son los que precisamente creen demasiado en ello.

-Sabemos que hay una afortunada amiga suya a la que ha leído cada noche las novedades de la novela, y además en un lugar muy especial... ¿qué ha hecho Vélez-Málaga por Tierra sin hombres?

-Vélez es para mí ese refugio donde me concentro y donde puedo escribir sin ninguna distracción. Vélez tiene algo, como muchas otras partes de Andalucía... la luz, esa mirada al horizonte largo, el color del mar que cambia cada día... ¡Es la tierra de María Zambrano! Así que pienso: estoy en un lugar en el que, sólo por estar aquí, tengo el trabajo medio hecho. Me encanta Vélez-Málaga y Torre del Mar. Hay un homenaje a Vélez, un homenaje que sólo conocen dos o tres personas. Cada faro tiene una señal por la que se le identifica, hay un diccionario de señales de faros, en la novela, cuando Isabela está subiendo y ve el faro, las señales luminosas son en realidad las señales del faro de Vélez.

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