Feria del Libro

Miguel Hernández, perfil del hombre

  • Su obra es el testimonio de una persona vitalista y apasionada, alguien que, más allá de su ideología, también vivió y amó intensamente

No era el pastor ignorante, sobrenaturalmente tocado por el genio de la poesía, que ha dibujado la leyenda. "Alumno de bolsillo pobre", como lo describiera su íntimo amigo Ramón Sijé, fue obligado a abandonar los estudios a una edad temprana, pero suplió las carencias de su formación con la lectura constante, como tantos otros escritores autodidactas.

Tenía una inteligencia natural extraordinaria, que se alió a la tenacidad y el afán de superación para forjar una voz personal que supo aunar con maestría los registros cultos y populares, el mundo aprendido en los libros y el que conoció de niño, que nunca le abandonaría. Sintió como pocos la vocación de poeta y llegó a ser, pese a su muerte prematura, uno de los más grandes en una época de esplendor de la lírica española. Sin embargo, ya en vida, hubo quienes menospreciaron al hombre o no valoraron su obra, entre ellos algunos relamidos integrantes de la generación del 27.

Es verdad que entonces lo apoyaron sus dos principales amigos y maestros, Pablo Neruda y Vicente Aleixandre, además de su protector José María de Cossío, y que nunca le han faltado lectores, pero hasta llegar al aprecio universal que hoy suscita su nombre, Miguel Hernández ha sufrido los inconvenientes derivados de la mitificación de que fue objeto y de nuestra inveterada propensión al cainismo.

Desde el mismo momento de su muerte, la recepción de la obra del poeta oriolano ha estado sometida a permanente manipulación por motivos que apenas tienen que ver con la literatura. En los años oscuros, la figura del poeta fue utilizada por críticos inescrupulosos que hacían un uso sesgado de los testimonios entonces disponibles, proponiéndolo como ejemplo del hombre de talento que se desvía del camino recto -el catolicismo de juventud, compartido con Sijé- y opta por la senda equivocada que conduce a la autodestrucción.

"Él se lo ha buscado", cuentan que dijo su propio padre cuando unos amigos fueron a darle la noticia de su muerte. Pero tampoco la posterior reivindicación, ya en los setenta, del poeta de las trincheras, cuando se difundieron los libros publicados durante la guerra, hacía completa justicia a la complejidad de un hombre que, como cualquier hombre, no puede ser reducido a estereotipos. Resulta legítimo y comprensible el uso ideológico de Miguel Hernández como icono -que lo es, porque eligió serlo- de la España republicana, pero el disfrute de la gran poesía va más allá de las afinidades políticas.

No se trata de desposeer al poeta de su inequívoco perfil militante. Desde el comienzo de la guerra, Miguel Hernández unió su destino al de las milicias populares y paseó su verbo inflamado por los frentes de la contienda. "Vivo para exaltar los valores puros del pueblo y, a su lado, estoy tan dispuesto a vivir como a morir", dijo en un homenaje recibido en Alicante, el año 37.

Su compromiso con la causa republicana fue total, plasmado en decenas de poemas y escritos donde mostraba, con creciente amargura por el presentimiento de la derrota, su adscripción al ideario comunista. Aun en medio de la tragedia colectiva, impresiona el relato de los últimos años de su vida, el sórdido periplo por las cárceles de media España, la enfermedad y la muerte del poeta. Miguel Hernández tuvo una muerte tristísima que pudo ser evitada, pero su trayectoria vital -menos aún su obra- no puede ser reducida a su condición de mártir.

Antes de que el país se despeñara al abismo, Miguel Hernández había vivido y amado intensamente, y si algo llamó la atención de quienes lo trataron, fue su carácter proverbialmente apasionado y vitalista. "Tenía un corazón enorme, ciegamente generoso, latidor en su poesía entera y que se le transparecía en los ojos, como en su poesía", escribió Aleixandre, con la melancolía de quien evoca una vida truncada.

Apegado a la tierra y al paisaje natal que tanto habría de influir en su obra primera, Miguel Hernández, el gran poeta del amor y de la guerra, fue también un poeta de la naturaleza. Su obra contiene muchas de las tendencias del momento, el experimento neogongorino, la estética surrealista o la poesía política, pero dejando fuera los versos primerizos, hay en ella algo que la singulariza, incluso cuando está más apegada a la circunstancia.

Fue el combatiente enardecido, pero era también, de nuevo en palabras de Aleixandre, "un alma libre que miraba con clara mirada a los hombres". Hoy como ayer, lo primero es acercarse a su obra, sin prejuicios ni anteojeras.

Miércoles 12. 18:00. Carpa. Alfabetización y cultura. Miguel Hernández. Con Marcos Ana. Martes 11 - Jueves 13. 21:00. Pérgola. Ciclo El viento que no cesa.

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