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Cultura

Aniversario romántico

Gira 2009. Director: Daniel Barenboim. Programa: 'Los Preludios' de Franz Liszt; Preludio y Muerte de Amor de 'Tristán e Isolda' de Richard Wagner; 'Sinfonía fantástica' de Hector Berlioz. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Domingo 2 de agosto. Aforo: Casi lleno.

Un año más, la Orquesta del Diván, el conjunto de jóvenes nacido de la iniciativa del intelectual Edward Said y el músico Daniel Barenboim, empezó su anual gira veraniega en Sevilla, aunque éste puede considerarse un año especial, ya que se cumple el décimo aniversario de la puesta en práctica de una idea con dos vertientes que, a medida que pasa el tiempo, parecen estar dando resultados por completo divergentes. Como ya hiciera el año pasado, el propio Barenboim ha reconocido éste su frustación por comprobar que el esfuerzo que llevan haciendo desde la Fundación que sostiene la orquesta por influir en la política de Oriente Medio apenas ha tenido efectos positivos, hasta el punto de que el conjunto ni siquiera ha podido presentarse todavía en la mayoría de los países de donde son originarios sus miembros. Al otro lado, queda la faceta artística, y ahí el proyecto se muestra con una solidez extraordinaria y parece que no para de crecer, pues el de ayer ha sido posiblemente el más redondo de los conciertos que la Orquesta ha ofrecido hasta ahora en Sevilla.

Sin duda buena parte del éxito se debía ya a la elección de un programa de extraordinaria coherencia, que reunía a tres de los más grandes maestros del Romanticismo, estrechamente relacionados entre sí en el París de mediados del siglo XIX, un programa que además conviene de forma muy especial a la batuta de Daniel Barenboim, que ha frecuentado estas obras, de las que ha dejado grabaciones consideradas hoy de referencia.

Tras una introducción si acaso un punto seca, ya en el primer crescendo de Los Preludios de Liszt pudo apreciarse el sentido que la obra iba a ir adquiriendo en la batuta del maestro argentino: tensión hasta los límites de lo soportable, con un contraste muy marcado entre los delicadísimos pasajes líricos, en los que el fraseo se relajaba, aunque sin llegar nunca a lo alicaído ni el amaneramiento, y las brillantes partes épicas, con su preciso tono marcial. El carácter exaltado de la música adquiere tintes por completo turbadores en Wagner, compositor del que Barenboim puede considerarse uno de sus mayores recreadores vivos. Su Tristán resultó modélico en la mezcla de sensualidad y negrura opresiva, y la ejecución de los jóvenes del Diván (con algunos primeros atriles nada menos que de la Filarmónica de Berlín infiltrados en sus filas), portentosa, con una capacidad para la matización de las dinámicas que alcanzó el máximo de su poder expresivo en los pianissimi de cortar el aliento de los violonchelos.

De la transfiguración de Isolda a un Berlioz proteico: el apasionado primer tiempo, con un inicio de exquisita fluidez y claridad, casi alígero, y un final sabiamente rubateado dio paso a un vals elegante y sensual (se nota el paso de Barenboim por Viena este Año Nuevo); vino luego una honda y serena Escena campestre, una marcha frenética y un final en el que lo grotesco se fundió magistralmente con lo demoníaco.

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