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Cultura

Contornos de un cineasta de su tiempo

  • Una exposición en el Antiquarium y un seminario en el Cicus reivindican la figura de Eduardo García Maroto

Maroto durante un  rodaje en una  imagen sin fechar

Maroto durante un rodaje en una imagen sin fechar

Fue auxiliar de laboratorio, ayudante de cámara en largometrajes de cine mudo, pionero del sonoro tras una estancia en París para familiarizarse con la nueva técnica, montador reputado y guionista; colaboró con Buñuel en Filmófono, la productora del genial cineasta; estuvo entre los fundadores de una de las primeras cooperativas de cineastas españoles, aventura que compartió, entre otros, con Fernando Fernán-Gómez; vivió en primera persona la era de las grandes superproducciones de Hollywood en España; y no satisfecho con todo ello hizo pequeños papeles en varios filmes, en algunos de ellos, por la diversión que le proporcionaba verse caracterizado, interpretando varios personajes: vaquero, chófer, soldado árabe... "Salvo componer música, lo hizo prácticamente todo en el cine", dice el profesor Miguel Olid sobre Eduardo García Maroto, autor, cómo no, también de sus propias películas.

García Maroto (Jaén, 1903-Madrid, 1989) era el director del que todo el mundo esperaba grandes cosas en la España de la Segunda República, algo así, apunta Olid, como el "gran autor revelación" durante la primavera de 1936. Un par de años antes había rodado unos cortos escritos a medias con Miguel Mihura, Una de fieras, Una de miedo, Y ahora... ¡una de ladrones!, en las que hacía ya eso tan moderno de a la vez homenajear y parodiar géneros, el cine de aventuras, el de terror y el policíaco. Con esa trilogía, su debut tras la cámara, tuvo un éxito formidable, y existen fotografías de colas abarrotadas en los cines de la Gran Vía de Madrid donde se proyectaba que lo corroboran. Convertido por su pasión por la comedia absurda en una promesa de aire fresco, rodó después y estrenó en enero de 1936 su primera película, La hija del penal -desaparecida junto con gran parte de su obra en el incendio del laboratorio Madrid Film en los años 50-, igualmente con gran acogida de público y crítica.

Y estalló la Guerra Civil, en su mejor momento, cuando empezaba a hacerse un nombre y tenía al productor más pujante de la época, Vicente Casanova, de Cifesa, entregado a su causa. "La guerra fue decisiva en su mala suerte como director. Lo trastocó todo", lamenta Olid, autor de un libro sobre la figura y la obra de García Maroto que se presentará el próximo día 21 en la Biblioteca Infanta Elena, y comisario de la exposición que se inauguró ayer en el Antiquarium de Sevilla. "A él lo que le gustaba, por encima de todo, era el humor, el absurdo, por eso conectó tanto con Mihura. Después de la guerra tuvo choques constantes con la censura, que no entendía ese humor", apunta el doctor en Comunicación Audiovisual por la Universidad Hispalense. La exposición, García Maroto: de Jaén a Hollywood, mostrada en Málaga en el marco de la última edición de su Festival de Cine Español, llega ahora a Sevilla con el apoyo del Ayuntamiento, la Fundación SGAE y Asecan, y se podrá ver hasta el día 22. Es una reinvindicación de la singular peripecia de un hombre llamado durante un tiempo a volar mucho más alto. Luis García Berlanga, que gozó como espectador en su juventud de las primeras obras de Maroto, declaró más de una vez que las películas del jiennense le dieron "la palmadita" para desear dedicarse al cine. La guerra, sin embargo, le cambió el paso abruptamente y tras ella empezó a convertirse en uno de esos solventes y casi anónimos profesionales cuyos contornos más personales fueron difuminándose con el tiempo.

En la áspera posguerra, Maroto, que en su vejez reconocería que ya nunca volvió a rodar el tipo de cine con el que siempre soñó, hizo, en fin, lo que pudo, "con medios escasísimos, pero sobrado de imaginación", dice Olid. Probó suerte en Portugal, donde reventó las taquillas con La mantilla de Beatriz (1945), de enredos y espadachines. Firmó extravagancias como la de Esencia de misterio (1959), un viaje en taxi por distintas ciudades españolas confundidas en el espacio-tiempo que jugaba con la experiencia de los espectadores en la sala, donde se esparcían distintos olores para ambientar cada escenario, aunque la precariedad técnica hizo del invento un despropósito. Se entregó al inexorable cine folclórico en Canelita en rama (1942), con Pastora Imperio y Juanita Reina, que muchos años después calificó como "deleznable". En Sevilla, donde conoció y se casó con Angelines Matilla y donde vivió durante la contienda, hizo también, sí, burdos documentales propagandísticos del franquismo, entre ellos Sevilla rescatada o La reconquista de Málaga, lo que no bastó para evitar un encontronazo con Millán Astray en el despacho de éste porque el hombre, que ya sabemos que era más de poner la pistola encima de la mesa -cosa que tampoco dejó de hacer en esta ocasión- que de las sutilezas, no acababa de entender la visión de la Legión en su película Truhanes de honor (1950).

Anécdotas no faltan en su vida. Ni cierta ironía. Condenado a sacar adelante sus proyectos a base de un pluriempleo inclemente y aun así con cuatro duros mal contados, conoció también lo que era hacer una película -para otros- con medios, al menos comparativamente, ilimitados. A partir de los años 50 fue centrando poco a poco su carrera profesional en los rodajes que Hollywood empezó a traer a España. Fue el ayudante de producción español de King Vidor en Salomón y la reina de Saba -rodaje durante el cual murió Tyrone Power con él como testigo en primera fila-, de Stanley Kubrick en Espartaco, de Robert Rossen en Alejandro Magno, de Stanley Kramer en Orgullo y pasión, de Franklin J. Schaffner en Patton...

Para completar este homenaje a García Maroto, un seminario, coordinado también por Miguel Olid, dará cuenta de sus distintas facetas -la conexión literaria de la parte más personal de su obra, su aportación al cine español, su fluida colaboración con la industria americana- del miércoles al viernes de la semana que viene en el Cicus. Con sombras y luces, a veces perdido y olvidado, también se hace la historia de un arte.

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