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Crítica de Teatro

Disputa entre lo actual y lo contemporáneo

La caja de embalar arte de Rigola vuelve a demostrar su potencialidad escénica, gramatical y alegórica en esta adaptación física y percutiente de Julio César. Ya el juego de proyecciones sobre su superficie, ya su mero volumen escalable, ya su condición de entraña de la escena (lugar velado, del crimen, de lo real), la constituyen como motor polivalente en este mecanismo que, desde la sencillez, nos asoma al vértigo inherente a la condición humana y sus contradicciones.

Rigola y el gran elenco del Teatro Stabile del Veneto, con la presencia magnética de la Mandruzzato como un César sereno y caviloso, rastrean con indiscutibles riesgos la manera de resucitar el clásico, lo que me parece que consiguen de verdad cuando menos lo esperan o son conscientes de ello. Es decir, respalda esta adaptación, desde literalmente el primer segundo, un ideario precipitado y guerrillero donde se declaman las supervivencias del pasado en el presente, y nuestra embarrada actualidad de lobos-corderos y viceversa, de nuevos Hitlers y viejos Trumps, se pretende iluminar o enfocar desde la letra intemporal. En esto, Rigola apuesta por la agitación, y creo que le sale mal.

Sin embargo, todo el ruido transmediático, todo el entramado acústico de micrófonos confesionales y cámaras al acecho, sí que recorren los estrechos pasadizos entre lo viejo y lo nuevo cuando multiplican nuestra sensorialidad sobre lo que pasa y se dice en la escena durante los picos dramáticos de la obra. Otro italiano, Agamben, nos explicó que para ser contemporáneos hay que saber de la cita secreta entre lo arcaico y lo moderno, y notar la obligación de dividir e interpolar el tiempo. Y es en ese tembloroso e íntimo presente que a veces rehabilita la puesta en escena de Rigola desde donde se proyecta sombra al pasado, que entonces sí, en su eterno desgarro, es capaz de decirnos algo sobre nuestros inciertos pasos.

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