arte

Hitos de más de medio siglo

  • La galería Rafael Ortiz ofrece hasta el 11 de marzo un recorrido por las diversas maneras en que durante las últimas décadas se han entendido el arte y la manera de llevarlo a cabo

Una exposición puede resumir, con éxito, más de 50 años de pintura. Tanto por la calidad de los autores que intervienen en ella como -sobre todo- porque resume las inquietudes y puntos de vista de ese tiempo, y las preocupaciones sucesivas que lo han ido tejiendo. Se hace además, en este caso, desde algo tan tradicional (no por ello anticuado) como los géneros de la pintura. Que estos se aborden desde lenguajes muy diversos es un aliciente de la muestra, aunque sin duda el atractivo fundamental de la exposición es la calidad técnica y poética de las obras.

Tal vez haya que empezar hablando de lafigura, un género que ha tentado a la mayoría de los pintores porque el cuerpo humano es al fin y a la postre índice del individuo, de ese alguien tocado por la fugacidad, pero que puede poner nombre a las cosas y es capaz de amar y ser amado. Un estudio de figuras es la obra más antigua de las colgadas. Un trabajo de Melchor Ortiz, fechado en 1954, con una imagen femenina recogida en sí misma, que quizá sirva de modelo al hombre que aparece al fondo a la derecha. Si el pintor posee rasgos que hacen pensar en Picasso, su modelo y el espacio vacío que la rodea quizá remitan a cierta pintura italiana, que fue, por estas latitudes, pauta de modernidad en aquellos años. La escena lleva casi espontáneamente a un dibujo del natural hecho en la Escuela de Bellas Artes: un desnudo al carbón trazado por Carmen Laffón, en 1982, cuando era ayudante en las clases de Pérez Aguilera. El trabajo resalta el valor de realidad que alcanza el dibujo: el cuerpo, sensual y reposado, posee la verdad de la existencia. Un año más tarde está fechada una figura femenina a la que José María Báez confiere la frescura del cartel, mientras que en La zarza Guillermo Pérez Villalta lleva la aventura de ser individuo a una mitología no exenta de humor.

Otro género bien representado es el bodegón. La firmeza silenciosa de los objetos de la naturaleza muerta de Teresa Duclós dialoga con el desgarrado color del violín de Félix de Cárdenas. Colocados el uno casi frente al otro señalan dos ideas de pintura distintas, ambas consistentes. El género se completa con una obra de corte pop de Alcaín y otra, de Forns Bada, en la que los objetos parecen componer un emblema.

La mayor variedad quizá se registre en el paisaje. Para empezar, el gran cuadro de José Luis Mauri. Olivas en las hierbas del primer plano, diferenciada gama de ocres en las mieses (quizá recién segadas), siena en la colina del fondo, mientras en la casa de labor sobre la loma y arriba, en el cielo, los grises sombrean el violeta y el azul. Esta armonía de la tierra y de los tonos tierra se completa con una pautada variedad de ritmos: las ondulaciones en el sembrado se consuman en las más contenidas del perfil del cerro. La sosegada serenidad del cuadro contrasta con la brillante rapidez de la obra de Miki Leal donde una gran diagonal, la costa, y un mar violeta intenso bastan para resolver la pieza. Mientras tanto, el trabajo de Patricio Cabrera apacigua el blanco brillante de las cataratas con unas tramas, en primer plano, de colores puros. Su contrapunto es Amanecer, de Teresa Duclós, que logra que el tiempo de la hora y de la mirada se deslice entre los indiferentes eucaliptos. Hay otro grupo de obras que guardan entre sí una sugerente simetría: si Composición de Jaime Burguillos parece señalar el abandono del paisaje para pasar decididamente a la abstracción, las dos breves vistas del Coto de Carmen Laffón recurren a una pintura cercana a la abstracción para conferir nueva dignidad al paisaje.

Hay finalmente un género en el que la pintura reflexiona sobre sí misma. No es un camino nuevo. Ya en el siglo XVII, muchos pintores (no sólo Velázquez y Vermeer) reflexionaron sobre qué es eso de pintar, y más tarde Goya medita sobre la obra de Velázquez y Manet, sobre la de ambos. En esta reflexión del pintor sobre la pintura se alinean las obras expuestas de Curro González. Pieter Brueghel el Viejo y su célebre y discutido Elck, Hogarth y su Pieza de cola, Matisse y Bacon aparecen con someras citas (pictóricas y textuales), sobre campos de intenso color, convertidos los cuatro en otras tantas arañas. No son animales perniciosos sino signos del pensamiento. La araña tiende su tela en los rincones del estudio del pintor (González lo mostró en un gran cuadro) y esos autores tejen en silencio los hilos del pensamiento: hacen madurar ideas, trazan en la memoria relaciones y suscitan en la imaginación conexiones que fecundan, casi de modo inconsciente, el trabajo del artista.

La muestra es pues un recorrido a lo largo de 60 años de pintura y también una silenciosa demostración de las diversas maneras en que es posible entender el arte y hacerlo.

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