Crítica de Jazz

Homenaje completo al espíritu de Nat

Una celebración de la música de Nat King Cole era lo que se nos prometía, e interpretando sólo un tema de Nat el homenaje fue completo, apoteósico. No es sólo una boutade. El último disco de Gregory Porter, Nat King Cole & Me (Blue Note, 2017), se centra en aquella etapa postrera del gran cantante de Chicago que deparara clásicos tan populares como Quizás, quizás, quizás (pieza que anoche hizo las delicias del público) y cuya gracia y encanto nadie puede negar sin incurrir en la malajada. Pero hay otra faceta de Nat menos conocida más allá de la afición: la de gran renovador del lenguaje jazzístico, dignísimo heredero de Earl Fatha Hines, y que puede rastrearse en sus magníficas grabaciones de los años 40 para Capitol (o en el regreso del trío para grabar el álbum After Midnight). Así que hay un Nat revolucionario de alma bop y un Nat crooner de sonrisa irresistible (con la que, por otra parte, también hizo cosquillas al sistema dirigiendo el primer programa televisivo estadounidense presentado por un afroamericano). A ambas caras rindió pleitesía la portentosa voz de Porter, respaldado por una banda soberbia para afrontar temas tan diversos como On my way to Harlem, Take me to the Alley, Musical Genocide, Liquid Spirit o una Work song que hizo rugir al auditorio antes de los bises. Es cierto que la sombra de Cole revoloteó sobre el escenario en otros momentos: durante un medley en el que resonó, junto a Papa was a Rollin' Stone, el Nature Boy que encumbrara definitivamente a Nat al estrellato. Pero hay una filiación más honda que la que ponen de manifiesto las citas musicales, una manera de afrontar el escenario, un vínculo que se hace explícito cuando Porter se refiere a su madre (y nos transporta al órgano de la iglesia) y a su padre, cuya ausencia vino a curar en la niñez una voz cálida y cercana. I wonder who my daddy is, se pregunta, y la paternidad de Cole no parece poca cosa.

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