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Crítica de Música

Magníficos fuegos de artificio

Triunfó por todo lo alto Franco Fagioli ante un público entregado a uno de los divos de la actual generación de contratenores.

Lejos de las débiles y desiguales voces que hasta hace poco -a falta de nada mejor- dominaban esa cuerda, el tucumano hizo alarde de una impresionante lista de cualidades técnicas que nada tiene que envidiar a la de una estrella de la ópera: proyección sobrada, gran homogeneidad de timbre gracias a una magistral ocultación del paso de la voz de pecho a la de falsete, una tesitura realmente digna de un castrato -desde abismos abaritonados a unos brillantes agudos, recorrido del da capo de Crude furie-, una coloratura ágil y clara, afinación intachable -facilitada, eso sí, por un permanente y notable vibrato-, legato y filados ejemplares... En suma, posee los artificios del bel canto barroco en grado propio de un cantante excepcional, y los lució en un repertorio sobrado de ocasiones para ello, aumentadas con sus propias ornamentaciones.

Cuestión a discutir es sin embargo si se trata de un músico excepcional: hubo más previsibilidad que genialidad, y la emoción genuina apareció con cuentagotas, como en el Ombra mai fu de propina pedido por un descarado espectador. Infinidad de colores, no siempre respondidos, le propuso una excelente orquesta -pese a lo escasa en número-, que siguió cada gesto del cantante con una flexibilidad rítmica y dinámica ejemplar, y que en las piezas instrumentales estuvo, en ocasiones, incluso por encima de la propia música de Händel.

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