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Crítica de Teatro

Redoblando la modernidad del clásico

Antes de penetrar en el enredo, en el vientre de la casa-laberinto, los actores comparecen en el filo de la escena: en esta presentación somera y rauda -caemos casi in medias res- ya se advierten los valores de la adaptación, la elegancia coreográfica, el ritmo ajustado entre verso y gesto, la sutilidad escultórica en el movimiento y reagrupación de los actores, lo que permite tanto ensanchar la escena como transformar los cuerpos en una serie de fuerzas que dibujan trayectorias traductoras de las idas y venidas de la comedia social. Es decir, como nos tienen acostumbrados la CNTC y Helena Pimenta, se trata aquí otra vez de afinar un medido mecanismo que decante expresivamente las posibilidades de interpretación escénica del clásico para reforzar su virtualidad de interlocutor de nuestros días.

A La dama duende, que ya era moderna y autoconsciente de poner en perspectiva los lugares comunes del género de "capa y espada", le queda muy bien la delicada vuelta de tuerca que ahora le dan Pimenta y los suyos, actualizando su risa sin aspavientos anacrónicos y confiando en la inteligencia del espectador, a rebufo del fino verbo de Calderón, a la hora de presentarle extraordinarias soluciones visuales a esta alta comedia de las distancias. Entre los médiums de esta artesanía espacio-temporal, el gran elenco de la CNTC, destacan el grandísimo Rafa Castejón, templado como pocos en el pasaje de la seriedad al humor, y una estupenda Marta Poveda, quien le inyecta un hábil y arriesgado suplemento físico a la heroína, mujer emparedada e invisibilizada que se atreve a iniciar su colorista danza serpentina.

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