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Crítica de Música

Sonidos para la nostalgia

Con la cálida y transparente acústica de la Sala Turina como elemento esencial, el concierto del domingo supuso un nuevo hito de calidad en este imprescindible ciclo de música de cámara. Abrió la mañana el inicio del canto del cisne operístico de Richard Strauss, ese sexteto de cuerdas con el que se encuentra el público cuando se alza el telón de la ópera Capriccio, toda un reflexión a la vez que homenaje al mundo de la ópera que Strauss veía morir con él y con el mundo devorado por la Segunda Guerra Mundial.

Aunque la entrada de los chelos en los primeros compases estableció un momento de desequilibrio, rápidamente la versión derivó por los cauces de un magnífico empaste y de un fraseo sinuoso muy bien dosificado. En la versión camerística de la KV 364 de Mozart se pudo apreciar un cambio de estilo muy acorde con el espíritu vivaz y el lenguaje transparente de la obra, con ataques enérgicos y tempos vivos. El anónimo adaptador repartió la parte solista de la viola con el chelo, permitiendo así que Baraviera desplegase un estupendo sonido y una articulación ágil y saltarina en perfecta conjunción con el virtuosismo de Crambes.

Y, finalmente, el septeto al completo puso a prueba la capacidad del oyente para soportar la tensión emocional volcada por Strauss en Metamorphosen, merced a una perfecta dosificación de las dinámicas y de las intensidades acentuales, con un magnífico crescendo en la sección central y con un sonido denso, profundo y lleno de pasión y de desesperación.

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