Crítica de Flamenco

De ayer y de hoy, ¡que viva el baile!

Por fin en Sevilla ... Aquel Silverio, el primer fruto del onubense Rafael Estévez al frente del Ballet Flamenco de Andalucía, que se estrenó el pasado mes de febrero en el Festival de Jerez.

El título y el homenaje que han querido rendirle a quien, dicen, fue el padre del flamenco tal vez creara en algunos aficionados falsas expectativas, como la de saber cómo cantaba el discípulo de El Fillo (¿lo sabrá alguien?). Pero sus autores, Estévez y su compañero en la aventura, Valeriano Paños, dejaron claro que, a pesar de sus muchos conocimientos, ... Aquel Silverio no iba a ser una pieza histórica ni arqueológica, sino una fantasía coreográfica sobre una época preflamenca tan libre como sus cabezas.

Imaginativas escenas inspiradas en la época de Silverio (1831-1889) y en su novelesca vida de picaor y soldado en América, sastre y dueño del sevillano café-cantante que lleva su nombre... Y lo han hecho sin tópicos, con un concepto claro musical y dancístico y con una coherencia muy rara de ver en el flamenco: un precioso vestuario en blanco, negro y gris (como los grabados y las fotos que nos quedan), unas luces que iluminan la penumbra, una inteligente elección de ritmos (de los panaderos y los jaleos a la seguiriya cabal del maestro, pasado por la caña, el polo, la petenera, las cantiñas, etcétera), y un flamenco que hunde sus raíces en el folclore y en la escuela bolera.

A nivel coreográfico, la pieza es un auténtico goce para los sentidos y para el corazón. Estévez derrocha talento, ideas (tal vez demasiadas para una sola obra) y capacidad para realizarlas. Por su parte, la joven compañía, con un rigor, una disciplina y un un dominio admirable de los distintos lenguajes, se entrega -al igual que los tres cantaores y los dos guitarristas- sin ambages, con esa energía y esa frescura que dan los pocos años. Nueve bailarines que se multiplican para crear los distintos ambientes (corrida de toros incluida) en un trabajo coral en el que cada uno conserva su personalidad y su temperatura, incluso en los pocos unísonos que se producen, con un efecto casi catártico, como cuando giran hacia atrás cual derviches, tal vez buscando ese pasado donde están sus raíces. Así van brillando todos, Sara en la serrana, Sellés en su cante gaditano, Macarena y todas en los caracoles boleros (magníficas todas las cantiñas del café), por no hablar de la maestría bailaora de Estévez (trasunto de Silverio) y de la excelencia de ese bailarín, extraordinario en su madurez, que es Valeriano Paños.

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