Cultura

La caída del imperio (cinematográfico) británico

No es la primera vez que el casi aún joven director Neil Marshall (nacido en 1970) produce basura en formato proyectable. Su corta filmografía incluye otros dos títulos de no grata memoria: Dog Soldiers y The descent. La criatura descubrió su vocación cuando, con 11 años, vio En busca del arca perdida, razón suficiente para desear que Spielberg nunca la hubiera realizado. El éxito y los premios de sus dos primeras películas (The Descent recibió el de la mejor película independiente británica en 2005: así están las cosas y hasta este extremo se ha degradado la palabra independiente) le han permitido rodar esta más costosa producción que resulta ser la peor de las tres, y por ello la que más éxito está teniendo (hay que repetirlo: así están las cosas).

Doomsday empieza como la mil veces vista película del virus que ataca una ciudad, en este caso Glasgow. Pronto Escocia entera se contamina y el gobierno británico se ve obligado a cercarla con una muralla: nadie puede entrar ni salir. Pasan los años y la película deriva a las zonas, también mil veces vistas, tipo 1999 rescate en Nueva York o Starship Troopers (sin arácnidos galácticos): cuando el virus se reproduce y ataca Londres el gobierno desvela que desde hace años sabe que hay seres vivos tras la muralla; si ellos han sobrevivido pueden dar la clave para el desarrollo de una vacuna. Y viene la tercera y más insoportable parte. Hasta ahora, cuestión de unos 20 minutos, la cosa era soportable. Pero cuando la expedición se interna tras las murallas que aíslan Escocia se encuentran con… ¡Mad Max! O lo que es lo mismo: con una degradada civilización de punkies a la vez neoprehistóricos y postecnológicos que alternan los más variados peinados en punta con todas las modalidades del piercing, coches que parecen troncomóviles de los Picapiedra y un gusto comprensible en ellos por el heavy metal. Y no queda ahí la cosa: también se encuentran con una especie de zona medieval en la que resisten unos no menos brutos supervivientes del virus revestidos de armaduras. Lo siento por Walter Scott: ésta es otra Escocia.

Con estos aliños Marshall urde una ensalada de gritos, sangre, vísceras, carreras y golpes que culmina en una larguísima persecución que no es sino un dilatado anuncio de Bentley. Tras este montón de estúpida y ruidosa basura no hay una sola idea cinematográfica, un soplo de inspiración argumental, un hálito de fantasía heroica o de ficción fantástica. Pobre Inglaterra si esto es lo que da de sí hoy en el terreno del cine popular de gran espectáculo. Hubo un tiempo en el que arrasó las taquillas con el humor negro de la Ealing, con las zapatillas rojas de Powell y Pressburger, con el cine negro de Reed, con los Bond de Connery, con los colosales de Lean, con los Beatles-films de Lester… Y me refiero sólo a éxitos o cine comercial. De aquel talento, ¿qué se hizo? Para esta basura europea, mejor la americana: por lo menos no nos hace sentirnos culpables ni llorar sobre las ruinas de nuestras cinematografías europeas hoy escindidas entre la vulgaridad y la pedantería.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios