Crítica de Danza

Lo que cuesta el olvido

El protagonista de Betroffenheit es un hombre como tantos otros, que ha sufrido un trauma terrible, como tantos otros. Las secuelas las conocemos: sentimiento de culpa, revivir una y otra vez los mismos hechos con el mismo dolor, buscar un escape en cualquier tipo de droga o adicción...

Ése es el punto de partida del espectáculo que ha unido a dos creadores canadienses: el actor Jonathon Young (autor de los textos) y la coreógrafa Crystal Pita, que aporta cinco bailarines, realmente extraordinarios, de su compañía Kidd Pivot.

El espectáculo se divide en dos partes. La primera, mucho más teatral, tiene lugar en una habitación cerrada, el único lugar en el que el hombre se siente seguro.

Un auténtico bombardeo de consignas, de trucos para recuperar al enfermo, de vías de escape que se convierten en danzas de claqué, de variedades con números de magia, dúos musicales, una preciosa marioneta...

Todos sabemos lo que se necesita: dejar el pasado en el pasado y las adicciones que nos ligan a él. Qué facil decirlo.

La segunda parte se abre con el escenario vacío y una enorme viga casi en el centro. Y si en la primera Young brilla como nadie -recita, canta y baila como un bailarín más- ahora es el talento de Pite, los cuerpos increíbles de los cinco bailarines, las luces y el espacio sonoro los que se unen sin arrogancias para crear una atmósfera de inquietud de la que brota una danza compulsiva y arrolladora, compuesta de cadenas, de gestos grandes y dramáticos de brazos y manos que, sin embargo, no parten de la periferia sino de sus mismos centros. Todo al servicio de una única pregunta: ¿cuánto cuesta el olvido?, ¿cuánto cuesta dejar atrás a una parte de nosotros o de nuestros seres queridos?

El hombre responde con palabras, pero es su doble, un bailarín fuera de serie, el que, arriesgándolo todo, nos dibuja el último discurso, el más emocionante.

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