Arte

Lo extraordinario de lo cotidiano

Quien sabe disfrutar del cine -más allá de la historia o los personajes- y busca aquello que realmente fascina y permanece en el recuerdo, tiene la oportunidad de encontrarse con unas videoproyecciones desnudas de todo menos de lo imprescindible.

Mark Lewis es un ejemplo de las posibilidades del medio cinematográfico, una vez liberado de las restricciones de la industria. Este autor canadiense, en línea con el cine independiente, prefiere centrarse en los aspectos ignorados por las grandes pantallas. Pero a diferencia, de sus antecesores de los años 60 y 70, no renuncia a toda la complejidad del aparato de rodaje. Pese a ello, las escasez de medios en sus inicios le llevó a rodar cada obra en una sola bobina de 35 mm, por lo que cada pieza sólo duraba 4 minutos, y esta limitación es la que ha caracterizado el formato mantenido en su obra hasta los últimos años: el cine se expande y encuentra maneras alternativas para la creación.

Lewis emplea el lenguaje fílmico y la sofisticación técnica de la imagen digital para realizar paisajes y retratos que, en el ámbito de la imagen en movimiento, continúan la estela del gran arte. Establece un diálogo con las grandes obras de la pintura y con el cine en sus comienzos, cuando éste se ensimismaba ante cualquier movimiento. Sus imágenes señalan un camino muy cercano a la abstracción, por su búsqueda de lo esencial. Quedarse sólo con escasos elementos, los más sugerentes, que a veces son los más olvidados, es su principal objetivo. Tal afán de depuración -que le lleva a repensar cada obra a veces durante años- conecta con el modo de proceder de artistas como Rauschenberg, en sus pinturas blancas, o Judd, al establecer las premisas de lo que se llamó minimal art.

Por todo ello, estas películas están mucho más cerca de las artes plásticas y del cine de autor que del trabajo audiovisual al uso. Al titular sus obras con las técnicas empleadas -Downtown: Tilt, Zoom and Pan (2005) o Rear Projection (2006)-, hace ver, como ciertos pintores modernos y contemporáneos, que el lenguaje empleado constituye por sí mismo el contenido de la obra. Sus piezas, aparentemente frías, interrogan un entorno cercano pero carente de familiaridad, desterritorializado; habitado por personajes reducidos a objeto y paisajes que se antojan sujetos, por poseer vida propia.

Aunque el proceso de filmación es muy elaborado, las obras se configuran en planos únicos -o que así pretenden parecerlo- tras el trabajo de edición. Esa estudiada puesta en escena y el diálogo con la pintura, lo acercan a autores como Bill Viola. Y aunque son evidentes las diferencias (Viola es mucho más teatral), ambos comparten técnicas como la ralentización del movimiento que unida a la repetición continuada de las proyecciones en sala, a menudo sin sonido, nos conducen a una suspensión de la percepción del tiempo como continuo. En Lewis se acusa más esta sensación, dada la corta duración de cada trabajo y la ausencia de referencias narrativas. Sus piezas seducen por su enigmático movimiento, fuera del tiempo, y sus lugares, ajenos a la mirada. Son lo extraordinario de lo cotidiano.

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