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Cultura

Las heterodoxias de Guillermo Pérez Villalta

  • El creador se rebela, con una inteligente muestra que alberga Rafael Ortiz, contra los cánones convencionales de la belleza.

La petite sensation. Guillermo Pérez Villalta. Galería Rafael Ortiz. Mármoles, 12, Sevilla. Hasta el 4 de enero.

Poco antes de la entrada de Estados Unidos en la II Guerra Mundial, es decir, hace setenta años, un crítico norteamericano, Clement Greenberg, formulaba sus ideas sobre la pintura moderna. A riesgo de caer en el apresuramiento, las resumiré diciendo que la pintura lograba su auténtica identidad en la obra de los pintores neoyorquinos: pigmentos extendidos sobre la superficie del lienzo, evitando toda ilusión de profundidad; cuadros de gran tamaño, de modo que la pintura así aplicada parece desbordar el rectángulo del lienzo y extenderse por la pared circundante; líneas como rasgos que enriquecen la pintura y no como delimitación de espacios, y por fin, total rechazo a cualquier intento de narración o ilustración: la pintura ni alimenta ilusiones ni cuenta historias ni puede servir para ilustrar ideas por interesantes que puedan ser.

Aunque poco después, autores hoy sobradamente reconocidos comenzaron a infringir los límites de la pintura así precisados, las ideas de Greenberg mantuvieron su preeminencia y siguen pesando hoy aun sobre los críticos y teóricos del arte que las cuestionan. Greenberg es referencia obligada aun para quienes dicen rechazarlo.

El interés de la muestra de Pérez Villalta consiste en ser una contestación, muy personal desde luego, a la ortodoxia definida por Greenberg. Obras de pequeño formato que en vez de invadir el entorno lo contraen hasta el rectángulo del cuadro que unas veces se ahueca mostrando en su profundidad una historia o sugiriendo un paisaje; otras, se pliega en un arabesco con impronta ornamental y otras, finalmente, encierra figuras, casi ilustraciones, que se antojan aforismos visuales. Se trata pues de un compendio de jalones de un arte heterodoxo.

"La vida surge para tener conciencia de la belleza". Así dice un lienzo situado a la izquierda de la sala más baja de la galería. A su lado, un elaborado arabesco brota de un mar que brilla a la salida del sol. Doble homenaje al pintor romántico Philipp Otto Runge y a sus Auroras, aunque tocado por un deje de ironía, porque el contorno de ambos lienzos se atiene al perfil de un huevo: los orígenes de la belleza parecen tener raíces más biológicas que espirituales y las figuras de Runge se citan no tanto para secundar su metafísica cuanto por el gozo ornamental que producen. Estos trabajos ofrecen la pauta de la muestra: hay una belleza capaz de generar gozo aunque algunos la consideren vulgar e incluso kitsch.

Pérez Villalta se propone a sí mismo un reto: trabajar en esa dirección, adentrarse en esa clase de imágenes carentes de prestigio, al tiempo que recupera elementos de la tradición artística (del rococó, de ciertos románticos y también del simbolismo) sin renunciar al vigor de la metáfora ni olvidar el gusto por la ironía.

Las obras que evocan el foro romano, el Campo Vaccino, parecen aludir a Turner con la fuerza de la luz, pero la fusión de imágenes y los delicados valores de superficie hacen pensar en ciertas ilustraciones simbolistas. Los dibujos de la serie titulada Moradores del vacío son breves aforismos en los que la línea, con sus ondulaciones, traza figuras de quienes han descubierto un secreto placer: el de no ir a ninguna parte y carecer del afán de hacer cosas importantes. Hay también propuestas de arte público: rocallas, cornucopias y obeliscos, todo un arsenal rococó, traman divertidas figuras que se proponen para ornamento de la ciudad. Son formas cargadas de ironía, réplicas a las pretensiones megalómanas de ciertas instituciones empeñadas en marcar con su poder en la ciudad, aunque sea deteriorándola.

Pero quizá las obras de más interés sean las de pequeño formato colocadas abajo en la sala de la derecha. Los Paisajes del tiempo detenido parecen a primera vista chinoiseries, como las que adornaban biombos y porcelanas, pero cuando se recorren muestran una delicada fantasía que construye instantes de una naturaleza estilizada, más cercana al sueño que a la percepción: la sobredeterminación de formas (esto es, la acumulación de figuras heterogéneas) y el desplazamiento que las conforma (más que de la naturaleza se habla de su ausencia) parecen remitir, en efecto, al trabajo del sueño más que a registros de la visión. Estas obras conducen finalmente a seis tablas (24 x 19 cm) cuyos títulos son breves poemas que oponen la carga de la palabra a la de las imágenes, abriendo una línea de metáforas en torno a la red y al paisaje. Es tentador cerrar el círculo: si partíamos de un romántico, Runge, cabría terminar con otro, Steffens, que hizo de la red un signo de nuestra exploración de una insondable naturaleza. Pérez Villalta completa así una exposición inteligente y muy trabajada, que quiere ir contra la corriente.

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