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Cultura

El legado del desierto

En la encrucijada (multi)cultural del árabe culto educado en Europa, el tunecino Nacer Khemir ha mostrado siempre gran preocupación por la identidad y la esencia del mundo islámico en su cine, su poesía, su escultura, sus ilustraciones o sus cuentos, tal es su condición de artista polifacético. Sus dos primeras películas, Les baliseurs du desert (1986) y Le collier perdu de la colombe (1991), inéditas ambas en España, se adentraban ya en cierto imaginario árabe a partir de la recreación de la cultura y la mitología popular sobre Al-Ándalus.

Bab'Aziz, el sabio sufí insiste en esta línea de reconstrucción histórico-legendaria y limpieza de ciertos estereotipos culturales (que, según comenta el director, inciden hoy en una imagen del islam asociada exclusivamente al fundamentalismo) para regresar al desierto como espacio simbólico y territorio fértil para representar los relatos fundacionales y desplegar metáforas de altos vuelos (ahí está la mano de Tonino Guerra para ayudarle). La espiritualidad y el sentido último del sufismo ("hay tantas maneras de llegar a Dios como seres humanos sobre la Tierra"; "renunciar a todos los placeres egoístas") protagonizan la travesía de las dunas de un sabio anciano ciego y una niña preguntona, pasado y futuro anudados en un peregrinaje (también simbólico, por supuesto) a la gran reunión de celebración colectiva de los derviches. Por el camino, se suceden los encuentros y los relatos entrelazados, las digresiones y las fábulas instructivas sobre el poder de la fe y el amor, todo ello filmado con esa mezcla de didactismo narrativo algo primitivo, altas dosis de poesía sensorial (paisaje y música) y un leve trasfondo político que terminan por convertir esta Bab'Aziz en una pintoresca compilación de tópicos arabistas y místicos de plomiza trascendencia.

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