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Cultura

De la materia al espíritu

  • El griego Dimitris Papaioannou, estrella al alza de la escena mundial, lleva al Central 'Still Life', un singular y metafísico espectáculo visual

En uno de sus libros más bellos, Albert Camus se detuvo a pensar en Sísifo, abocado a empujar montaña arriba una enorme roca, sólo para que ésta volviera a rodar hacia abajo, una y otra vez, sin remedio ni tregua, para siempre. Qué justifica semejante esfuerzo sin recompensa, se pregunta el pobre Sísifo, necesitado, como todos nosotros, de al menos un buen motivo. "Durante el proceso de creación de Still Life pensamos mucho sobre el ansia de encontrar significado y sobre lo absurdo de la condición humana, arraigada en la materia, condenada a agotarse, pero anhelante de espíritu, ya que nuestros corazones claman por encontrar sentido, eternidad", afirma Dimitris Papaioannou. Este fin de semana presenta en el Central, en su primera actuación en España, un espectáculo "muy difícil de explicar", pero del que "la gente podrá decir, dentro de unos años, yo estuve allí, yo lo vi", dice Manuel Llanes, responsable artístico del teatro.

Ahí es nada, sí. Las altísimas expectativas vienen avaladas, desde luego, por el imparable vuelo del inclasificable artista griego hacia el más selecto firmamento de escenarios internacionales, donde ejerce ya de estrella de culto. Formado primero en el ámbito de las artes visuales, volcado después en el mundo del cómic durante años, más tarde curtido en el teatro como actor, director y diseñador de decorados, vestuario e iluminación, y ligado durante casi 20 años a una pionera compañía de danza contemporánea que dejó una profunda huella en la escena griega, Papaioannou comenzó a sorprender al mundo como creador de las ceremonias de inauguración y clausura de los Juegos Olímpicos de 2004 en Atenas, la ciudad donde nació hace 52 años. "Lo que hago no es exactamente teatro, pero se ajusta bien a su presencia en un escenario. Tampoco diría que es danza, aunque ciertamente la danza contemporánea es un territorio lo bastante amplio a estas alturas como para asimilar este tipo de trabajos", dice.

Mis referencias son Jacques Tati, Buñuel, Buster Keaton, David Lynch y Walt Disney"

En su tendencia a trabajar en los intersticios de distintas artes y diferentes lenguajes, Dimitris Papaioannou vendría a ser una suerte de versión griega -salvando las distancias y respetando la sobrada personalidad propia, meramente a título orientativo- de una figura de la escena europea como Jan Fabre, protagonista la temporada pasada con su Monte Olimpo de uno de los hitos más singulares de la historia del teatro de la Cartuja. Aquello fue irrepetible en muchos sentidos pero, sin pretender igualar la dimensión, Llanes lleva meses señalando la visita del griego como la gran oportunidad de este curso para descubrir algo totalmente diferente y personal. A la naturaleza híbrida de Still Life, donde conjuga danza experimental, performance, teatro físico e instalación sonora, el artista añade otra capa, la cinematográfica, en la que se encuentran las pistas para comprender el tono y la estética del espectáculo: "Mis referentes en este aspecto son Jacques Tati, Luis Buñuel, Buster Keaton, David Lynch y Walt Disney".

"Me gusta pensar que es un espectáculo divertido, aunque lo sea de un modo muy extraño. Siempre me ha interesado trabajar con la extrañeza", explica el ateniense, que insistió en los ensayos con los seis intérpretes que junto a él llevan este trabajo a las tablas en que lo que iban a representar era "una comedia en un contexto en blanco y negro que parece negarlo". Una comedia existencial, en todo caso, que reflexiona también sobre el trabajo "como sentido en sí mismo", y que en un ambiente de recogimiento, como de tiempo dilatado y suspendido, aspira a invocar una "energía meditativa" que propicie "un viaje emocional a través de ilusiones ópticas".

Hay en el trabajo del griego una especie de orgullo y militancia artesanales. Still Life arroja a las retinas y a las mentes de los espectadores una colección de imágenes vivas y con vuelo poético. Lo hace en una atmósfera que a ratos parece tener la textura de los sueños, y empleando materiales escasos y humildes; después de todo él no dejó de pensar, mientras leía el célebre ensayo de Camus, que Sísifo es o al menos debería ser "un héroe de la clase obrera". Polvo, un montón de piedras, un cielo tormentoso y amenazante que no es más que una lona de plástico llena de humo, un tablero de espuma recubierto con yeso o una lámina de plexiglás, poco o nada más necesita para crear imágenes simbólicas, con resonancias mitológicas y metafísicas. Lo que propone Papaioannou fue calificado una vez como "danza filosófica". Él parece una persona intuitiva, más de buscar, tantear y encontrar que de articular a priori un discurso solemne, y tal vez por eso, sorteando toda etiqueta, se define a sí mismo, sin más, como "alguien capaz de ver y capaz de sentir". Y a eso mismo invita por encima de todo este esperadísimo estreno con el que el además, de paso, el Central puede volver a sacar pecho en la escena nacional.

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