rafael berrio. músico

"Mi música, sin humor, sería la de un desesperado, y no es el caso"

  • El artista donostiarra, figura de culto y autor de discos deslumbrantes y personalísimos como '1971', 'Diarios' y 'Paradoja', actúa mañana en la Sala X

Rafael Berrio (San Sebastián, 1963).

Rafael Berrio (San Sebastián, 1963). / m. g.

No hay otro como Rafael Berrio en la música española de estos días. Desde hace 30 años habita, como el escritor radicalmente privado que es, en los márgenes de la industria. En los 80, con UHF, fue parte del Donosti Sound, la efervescencia pop de su ciudad. Pero lo suyo siempre fue el rock, la Velvet Underground, Bob Dylan, Leonard Cohen. Montó Amor a traición y Deriva, dos bandas ya inequívocamente personales que no lograron eco. El público -siempre entre comillas: es un artista de culto, es decir, gusta con locura a los pocos que lo conocen- lo descubrió hace siete años, cuando publicó 1971, un disco en el que Berrio, entre Paco Ibáñez, Lou Reed y Jacques Brel, regresó convertido en un chansonnier existencialista, con unas letras de belleza y hondura arrebatadoras, envueltas en majestuosos arreglos de cámara y neblina de humo azulado de café noventayochista. Al también estupendo Diarios (2013) le siguió Paradoja (2015). Mañana actúa en la Sala X (21:00, 8 euros) junto a Lobison y Marylebone.

-Se ha hablado de un giro eléctrico en Paradoja, pero en realidad es más bien un retorno. ¿Por qué le apeteció volver a ese sonido más rock?

-Cuando hice los discos con Joserra Semperena [productor de 1971 y Diarios], aproveché que él es un gran músico y arreglista, capaz de dirigir una orquesta, para hacer algo a la francesa. Pero lo extraordinario fue que yo hiciera esos discos, no Paradoja, que siempre ha sido lo mío, dos guitarras, batería y bajo. O serán ganas de llevar la contraria, no lo sé.

-Sus letras tantean siempre en la dimensión oscura y en el sinsentido de la vida. ¿Qué encuentra o qué busca al componer?

-Una emoción estética, supongo. Emocionar a quien pueda escucharme; a veces a gente muy cercana, amigos o una mujer a la que quieres seducir. Cosas muy tontas. Saco mucho de los libros que leo. Al final se convierte en una manía, vas por la calle pensando rítmicamente todo el tiempo. Pero no sale muy a cuenta ser un letrista esmerado, porque luego no hacen caso a la música y yo me paso un montón de horas para sacarles la música y el tono adecuados. Es un oficio cansado.

-Se intuye en sus canciones un trabajo lento, meticuloso, muy fundido con su propia vida...

-Sí, aunque siempre corres el riesgo de profesionalizarte demasiado. Ahora llevo cinco años o así dedicado casi en exclusiva a la música y ya me pesa eso de "tengo que sacar un disco nuevo para estar en el candelero". Lo ideal sería vivir de rentas y sacar un disco cuando le diera a uno la gana. Vivir de la música no me parece tan deseable, es una vorágine y yo hace 20 años, cuando estaba absolutamente metido en el underground, igual estaba más centrado, pero ahora... Te da esa cosa misantrópica: qué pereza todo, para qué sirve todo esto, tanto afán y tanto trajín.

-Pero no para de trabajar...

-Tengo varios proyectos, sí. Un espectáculo con textos de Cioran, otro que se llama Phantasma, con Mursego, una violonchelista, otra cosa con un poeta amigo mío, Roger Wolfe... Bueno, y acabo de terminar una zarzuela; una versión que hemos hecho Joserra [Semperena] y yo de un libreto de 1930 escrito por Pío Baroja y musicado por Pablo Sorozábal, Adiós a la bohemia. Tiene mucha enjundia, como no podía ser menos con Baroja, que es un cabrón, más afilado que él no los hay, y trata sobre los sueños perdidos y la juventud con mucha crítica a la bohemia del Madrid de principios del XX; tiene un rollo un poco camp, pero todavía se puede hacer, de hecho los textos son los originales. La hacemos Ángela Molina y yo con un montón de actores y músicos alrededor: Eusebio Poncela, Antonio Bartrina de Malevaje, Alondra Bentley, Tulsa... En breve saldrá el disco y en junio se estrenará en el Teatro Victoria Eugenia de San Sebastián, el día 25, y el 27 en el Teatro La Latina de Madrid. En 2018, si hay chance, la intención es hacer la temporada de teatros en más ciudades. En fin, al final tiene que hacer uno de todo, sí.

-¿Cuánta distancia hay entre el Berrio que hace canciones y las toca por ahí y el Berrio privado?

-No mucha. En todo caso, a mí me conviene que la gente piense que yo soy como el de las canciones. Ese halo, ese misterio, les sienta bien. Pero siempre tendemos a pensar que todo es autobiográfico, y tampoco funciona así. Siempre hay distancia. Es como pensar que Lou Reed era un yonqui, cuando no lo fue nunca.

-¿No ha tenido la tentación de escribir, sin más, sin el apoyo de la música?

-Bastante tengo con hacer las letras de las canciones. Aunque la editorial Renacimiento va a sacar un volumen con las letras de mis últimos discos. Pero la poesía es más elevada. Y si no es más elevada, es otra cosa, no la letra de una canción. Yo soy muy lector de poesía y sé que los grandes poetas son otra cosa, Pessoa, Guillén, Machado, Borges, no sé, tantos, esos están en otra dimensión.

-Las lecturas que se filtran en sus canciones son de otra época. ¿Cuál sería su canon personal?

-Soy de los clásicos. La literatura actual, me da pereza, no me gusta comprar novedades. Me encantan Baroja y Galdós, soy un loco de Dostoievski y Tolstoi, me gustan Borges, Bioy, todos los ingleses desde Stevenson, el Siglo de Oro español, el 98, la gran literatura francesa del XIX. De lo actual me gustan mucho Houellebecq o Thomas Bernhard, pero soy muy mal lector de la literatura reciente.

-¿Sigue viviendo en una buhardilla que perteneció a su abuela?

-Sí, aquí sigo. Es una buhardillita que compró mi abuela en el año 40. Es una casa de la burguesía, en cuyo último piso, donde estoy yo, ni siquiera sé si está en regla el permiso de electricidad. Vivo con muy pocos gastos, pero tengo todo el tiempo para mí.

-¿Qué significa para usted esa "bohemia que ya no existe"?

-De joven me gustaba la idea de no tener una casa propia. Viví en un despacho de abogados, en una caravana, en un hostal del que me echaban en verano porque San Sebastián se ponía a tope de turistas. Baroja, un vasco muy cabal y muy trabajador, despreciaba a la bohemia, a esos que hablan mucho y se pasan la vida en el café y al final su obra es inexistente. Él prefería ser moderado y escribir, escribir, escribir. Yo lo intento también, me obligo a hacer canciones y no pasarme el día en el bar.

-No es lo más evidente precisamente, pero hay sentido del humor en sus canciones, entre tanto verso solemne y lapidario...

-Mis letras, bien entendidas, son todas humorísticas, a veces grotescas si se quiere. Hay una ironía suave, un humor cariñoso. Uno no puede hablar del acabamiento de todas las cosas sin un poco de humor. Porque sin humor sería un desesperado, y no es el caso. Procuro no tomarme demasiado en serio, pero también que mis letras tengan enjundia, de ahí que me guste esa mezcla de ser solemne y en realidad, a la vez, estar riéndome. Y por eso digo que mis canciones son una ceremonia solemne al borde mismo de la carcajada.

-Canta al ostracismo, a la desgana, a hervir un arroz y bostezar, a ver llover por la ventana. Se diría que está condenado a ser un artista de culto. ¿Se siente cómodo en esa categoría?

-Es un pelín contradictorio. Por un lado, estoy muy bien así, me gusta tocar en pequeñas salas ante ese público que yo tengo, que es como muy entendido y muy exquisito, pero pequeño. Tan pequeño que no me da para comprar carne buena en el mercado. Hombre, quisiera subir un peldaño, poder ingresar un poco más, hablo de algo tan tonto como es el dinero. Y bueno, para qué vamos a engañarnos, también está el ego. Pero por otro lado también me tira ese ostracismo, ese rollo underground. A veces me dan ganas de no escribir más, un gesto a lo Rimbaud, en plan vamos a dejarlo aquí. Pero bueno, aunque no sabría explicar por qué, aquí sigo, haciendo canciones.

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