Cultura

Cómo recorrer a ciegas un país arrasado

Son of Babylon. Director: Mohamed Al-Daradji. País: Iraq, R.U., Hol, Bélg, Fr, E.A., Egi, Pal. Año: 2010. Duración: 90 min. Con: Yasser Taleeb, Shehzad Hussen, Bashir Al-Majid.

Doble ración de esquizofrenia en el mismo pase. Primera, la de los programadores del festival, que ni cortos ni perezosos nos han endilgado una coproducción que se cree iraquí (por mucho que una parte de su financiación venga de Europa) como el año pasado hicieron con la olvidable película china de Xiaolu Guo. Esperamos que si el criterio a partir de ahora va a ser el que haya unos pocos euros puestos en el filme para considerar una cinta como europea, no sólo valga para el cine de relleno y empiecen a llegar también los Hsiao-Hsien, Kiarostami, Ming Liang, Sang-Soo, Kar-Wai, Weerasethakul o Suwa, que cuentan con bastantes euros franceses.

La segunda es, si cabe, más dolosa. Son of Babylon es en realidad, a pesar de lo que diga su ficha técnica, y por renuncia al 80% del pueblo iraquí, una película fundamentalmente kurda, aunque convenientemente tutelada, donde a fuerza de evitar hablar de lo que la censura oficial no permite (la única aparición del ejército norteamericano es testimonial), pasa de puntillas sobre la destrucción de un país para culpar al sátrapa ahorcado de todos los muertos que desfilan por sus imágenes, a saber, kurdos ejecutados por el ciertamente inhumano régimen de Saddam, que a tenor de lo visto en la cinta son al parecer las únicas muertes violentas acaecidas en el país en los últimos años. Cualquier espectador que hubiera estado hibernado desde 2002, y asistiera ayer al pase de Son of Babylon, saldría sin saber si el estado de abandono que ofrece el país se debe, aparte de, claro está, a Saddam Hussein, a un terremoto, a una huelga de recogedores de basura o a los costes de la guerra Irán-Iraq. Con estos mimbres, no es de extrañar que la película fuera la candidata presentada por Iraq a los Oscars.

De la cinta en sí, poco se puede decir, enésimo intento de rehacer Ladrón de bicicletas, donde el padre y el niño son ahora abuela y nieto, pero que en vez de una bicicleta robada buscan al hijo de la primera y padre del segundo, víctima del régimen baasista. Y no se sabe qué acaba ofendiendo más, si su amnesia para lo que ha ocurrido en Iraq en los últimos siete años, la torpe dirección de actores, donde se intenta despojar a amateurs precisamente de su amateurismo, o el traicionar a Rossellini desaprovechando la oportunidad única de filmar las heridas reales de un país arrasado, para cerrar los planos y hacer justo lo contrario, convertir las localizaciones en plató cinematográfico.

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