cristina heeren. Mecenas y presidenta de la fundación cristina heeren

"El sector privado andaluz tendría que cambiar su mentalidad"

  • Este lunes se inaugura su nuevo centro, situado en pleno corazón del barrio de Triana. Durante estos 20 años, más de 6.000 alumnos de todo el mundo han pasado por sus aulas.

La historia del flamenco, un arte tan absolutamente autóctono de Andalucía en su origen como universal en la actualidad, está plagada de curiosidades relacionadas con extranjeros que, desde sus inicios, han influido, y no poco, en su devenir. Entre ellos, y por hablar sólo de los Estados Unidos (parte de cuya historia ha sido recogida por José Manuel Gamboa en tres volúmenes, el primero de los cuales, En er mundo, se acaba de publicar en Athenaica) podríamos citar al empresario Sol Hurok, mentor de artistas como Carmen Amaya; a Don Pohren, empleado de la base militar de Morón cuyos libros en inglés sobre el flamenco (auténticos best-sellers en los 60) atrajeron a un buen número de jóvenes estadounidenses al magisterio de Diego del Gastor; o a Cristina Heeren (Nueva York, 1943), fundadora y presidenta de una fundación sin ánimo de lucro, dedicada a la enseñanza y la preservación del flamenco en sus tres modalidades: cante, baile y toque.

Americana, rica y amante de los animales -especialmente de los caballos-, Heeren se enamoró del flamenco gracias a su padre, un alemán que vivió un tiempo en España y que le enseñó a amar este país de tal modo que, cuando se licenció en Literatura Comparada por la Universidad de Columbia, hizo su tesis doctoral sobre Miguel de Unamuno, curiosamente un gran antiflamenquista.

-En 1975 se compró usted una finca en la provincia de Granada y se vino a vivir a España. ¿Cuándo decidió entregarse a la causa del flamenco?

-Mi padre era un enamorado del flamenco y, de pequeña, me llevaba a muchos espectáculos. Entre ellos, uno de Antonio Ruiz Soler que me fascinó. También me puso un profesor de guitarra, sin mucho éxito, la verdad. Mi verdadera afición nacería más tarde. Cuando llegué a Granada me tuve que ocupar de la finca, que no tenía ni electricidad, ni agua corriente ni nada. También me casé y tuve una hija que se crió allí. Cuando lo tuve todo un poco ordenado fue cuando empecé a salir y a recorrer aquellos fantásticos festivales flamencos que había en los años 80 en casi todos los pueblos de Andalucía. En ellos tuve ocasión de escuchar a menudo a Calixto Sánchez y, cuando nos presentaron, le propuse producirle un disco: Castillo de luna (1991). Al año siguiente hice lo mismo con José de la Tomasa y al otro, en 1993, les produje, ya junto a Milagros Mengíbar y José Luis Postigo, un espectáculo que se llamó El flamenco es vida.

-Aparte de las contrataciones de los artistas, por aquellos años el flamenco era absolutamente ignorado por las instituciones. Hasta 1994, con la creación del Centro Andaluz de Danza y de la Compañía Andaluza de Danza, no hubo ningún tipo de protección o de ayuda estable para este arte que llevaba ya un siglo representando a Andalucía en el mundo. ¿Fue eso lo que la animó a crear la Fundación, en 1996?

-Lo que me motivó verdaderamente fue la idea de preservar todo aquello que veía. Por eso quise hacer un centro de enseñanza. Fue una especie de filosofía didáctica instintiva. A pesar de su fuerza, yo siempre he visto al flamenco como algo frágil que es necesario proteger para que no se desvirtúe. Por entonces sólo había unas cuantas academias de baile así que fuimos los primeros en impartir clases de cante y en contemplar unidas las tres especialidades.

-Siempre ha sido usted una defensora del flamenco tradicional y, sin embargo, de su centro han salido artistas tan heterodoxos como el Niño de Elche. ¿Sigue usted siendo tan tradicional?

-Absolutamente sí. Yo creo que hay unos valores que tienen que permanecer, y que todos los flamencos tienen que conocer aunque luego hagan lo que quieran. El flamenco ha cambiado y no siempre para bien. A veces se introducen cosas que van contra su esencia. Como si quisieran hacer un cuadrado de algo que nació redondo. Por eso me importa tanto que se hagan bien las cosas. Y ahí están nuestros logros: cinco ganadores en el Concurso de La Unión, varios Giraldillos de la Bienal y un montón de artistas en los mejores escenarios del mundo.

-¿Ha sentido alguna vez la tentación de abandonar?

-Pues alguna vez he querido tirar la toalla, pero no a causa del flamenco sino por las circunstancias. Hace tres años me desanimé de tal modo que incluso anuncié el cierre de la fundación. El enorme gasto, la falta de apoyos de una ciudad que desconfía de los extranjeros (no de los turistas, sino de los que quieren formar parte de sus tradiciones), el Ayuntamiento que nos echó de la sede que nos tenía cedida en la calle Fabiola y me obligó a ir a los tribunales... Pero el flamenco siempre ha podido más.

-Se ha publicado que su aportación media anual en los últimos siete años ha sido de 270.000 euros. ¿Qué porcentaje tiene que aportar y qué parte se sufraga con las matrículas de los estudiantes y otros ingresos?

-No conozco exactamente el porcentaje, lo único que puedo asegurarle es que, a pesar del éxito de nuestros programas, todos los meses tenemos déficits. Cuesta muchísimo mantener un proyecto de esta envergadura sin apoyos.

-¿No tiene ayudas de la administración ni donaciones de otros privados?

-Las administraciones me tratan bien y han dado muchos premios y reconocimientos últimamente, pero dinero, salvo alguna beca puntual para algún alumno, nunca nos han dado. Es cierto que ahora hay un mayor interés por el flamenco, pero se habla mucho y se hace poco. Y en cuanto al sector privado de Andalucía... es increíble. Ahora tenemos una colaboradora que es Acciona. Un auténtico milagro. Gracias a ella hemos podido retomar los concursos provinciales que hicimos durante unos años en los que contamos con una ayuda de El Corte Inglés. Son muy importantes porque nos permiten conocer a muchos jóvenes valiosos de Andalucía. Habría que cambiar la mentalidad de los empresarios. Se habla de la nueva Ley de Mecenazgo pero incluso ahora, sólo con becar a un alumno se podrían desgravar dinero. En EEUU y en muchos otros países, la empresa privada es el auténtico motor de la cultura y el arte.

-Pero hay otras formas de recaudar fondos. En la nueva sede tenéis un coquetísimo salón de actos para cien personas, con un buen escenario. ¿No ha pensado hacer actividades públicas como hacen otros muchos espacios, menos equipados, de la ciudad?

-Sí, claro, también para que nuestros alumnos puedan confrontarse con el público, pero aún no tengo la licencia. También estoy en conversaciones con responsables del sector turístico para otros proyectos, como nuestra inclusión en el circuito turístico de Triana. Poco a poco. Lo principal para mí ahora es conseguir que nos reconozcan oficialmente el diploma que entregamos a nuestros alumnos al término de los tres años que componen el plan de estudios.

-En los últimos años, mediante la firma ANEA, la Fundación se ha adentrado en el mundo de la producción y la distribución de espectáculos, cosa que no pueden permitirse muchos de los grandes festivales andaluces, ¿piensa continuar en esa línea?

-Lo vamos a intentar. Es una gran satisfacción ofrecerle ese pequeño trampolín a nuestros jóvenes profesionales. Incluso he pensado que, cuando acabe todo este ajetreo de la mudanza y el aniversario, me encantaría retomar aquel El flamenco es vida con una nueva generación de artistas.

-Y una última curiosidad. Sabemos que sigue manteniendo su nacionalidad y que viaja frecuentemente a Montana, donde viven su hija y su nieta. ¿Ha votado usted en las últimas elecciones?

-No. Me parece increíble que un país como Estados Unidos, con más de 300 millones de habitantes, haya llegado a presentar la alternativa que ofreció en las últimas elecciones.

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